Intransigentes e intolerantes
Los colaboradores de ciertos programas vespertinos de televisión se dedican a despellejar a todo el que pueden o incluso a autodestruirse entre ellos como salvajes caníbales
Interviene nuestro Jubilata gruñón del Grupo de Madrid, indignado e ingenioso, comentando los mensajes publicitarios, especialmente de televisión y los grandes carteles. No tolera tanta falsedad ni mucho menos el alarmante bombardeo, rayano al paroxismo. Nadie puede creer que usando la colonia tal o el desodorante cuál le va a aparecer semejante chavala —o chaval— tumbada al sol, guapísima, bronceada, toda una sex symbol, en un mar refrescante esperando que tu te tires desde un acantilado de 50 metros.
“¡Mentira podría!”, que dirían en mi pueblo. Por no hablar de las cremas sanadoras y reparadoras. O de los coches que hacen miles de virguerías en pleno asfalto. O de esos determinados deportistas o modelos que aparecen en los mencionados e irritantes anuncios: ninguno utiliza esas marcas, ni esos coches, ni ná de ná. Por favor, ¿para cuándo una ley que proteja al consumidor? ¿Cuándo, dónde, cómo, ante quién y a qué hora se podrá acudir para reclamar el engaño sufrido?
La indignación sube de tono al recordar que, a modo de prueba, Jubilata gruñón cayó en la tentación de la oferta publicitaria hasta el punto de gastarse dineros en cremas, mejunjes... No se le han quitado las manchas de la cabeza; ni ha recuperado pelo; ni ha perdido peso; ni se le ha bajado la tripita; ni se le han quitado los dolores de las artrosis.
Las camisas tampoco le sientan igual que al tío de la tele. A pesar de la colonia y los cuidados, la hermosa vecina le sigue mirando con desdén, más despiadadamente en la íntima y violenta soledad del ascensor. Las cremas para las bolsas le hacen lagrimear todo el día. O sea, mucho peor el remedio que la enfermedad. En definitiva, todo sigue igual. O casi: las arrugas son cada día mas profundas y canallas.
La indignación de nuestro Jubilata —gruñón, pero cabal—, sigue erre que erre con la televisión y alcanza su grado máximo cuando se recrea en la acerada y destructiva crítica hacia ciertos programas vespertinos de televisión, en los que pseudoperiodistas —autodenominados colaboradores— se dedican a despellejar a todo el que pueden o incluso a autodestruirse entre ellos como salvajes caníbales, destapando sin piedad, con lengua viperina, intimidades de cuernos y camas que a nadie debería importar. Para colmo, muestran la más absoluta ignorancia en cultura básica.
Resalta, eso sí, la excelsa depilación de cejas de algunos de estos colaboradores. Uno de ellos sueña con encerrar a todos los presentes en la mesa en una habitación, sin salir a comer, “ni tan siquiera a miccionar”, hasta que no resuelvan una raíz cuadrada. Lo del teorema de Pitágoras sería demasiada crueldad. Incluso responder a preguntas sencillitas, como: “¿Quién escribió el Quijote?”. Mas de alguno o alguna contestaría que Velázquez. Así estamos. Si este es el programa estrella de la tele en España: ¡Tierra trágame!
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