Sorprenderte ante el espejo a los 75
Estoy totalmente de acuerdo con los que piensan que los surcos de mi cara son las cicatrices de toda mi trayectoria
A veces me sorprendo de la persona que vive en mi espejo. A mis 75 años, ya no me preocupa casi nada, pero me ocupo de casi todo. Ahora ya no cambio lo que he sido y soy por nada. Ahora ya no me regaño por empezar a retrasarme, por los inevitables pequeños excesos en la bebida, comida, submarinismo, golf, guitarra, cante, baile, teatro, creaciones literarias como el Vocabulario de Estepona, pequeños caprichos, etc. Al contrario, me deleito, pero con el límite del dolor de mi mundillo circundante y el de mi declive físico, que no anímico. Ahora ya estoy en mi derecho de ser levemente vanidoso contemplando lo conseguido. Ese pequeño pecado de humanidad se sentirá aliviado por los halagos de quienes me hablan con su corazón o admiración y hasta con respetuosa discrepancia o incluso altanería.
A estas alturas, ¿a quién le interesa saber lo que hago, lo que hice, lo que fui, lo que soy? El tiempo impone su ley, cruel cuando ordena a los demás el olvido de tan efímera existencia, de esa persona que hasta ayer parecía insustituible, irrepetible. Afortunadamente, producido el tránsito, todo son halagos. Aun así, los incontrolables pecadillos veniales me harán caminar por el mundo con cierto talante de discreta elegancia, sin abusar del ridículo de una ropa que se pegue al cuerpo ya falto de armonía; y pasearé por la playa sin miedo a que mis cicatrices, torpezas o curvas, despierten miradas de compasión, o incluso burla, de aquellos a los que deseo, a pesar de todo, que consigan hasta el final de su trayecto la ilusión por vivir dignamente y, además, sin ninguna presunción ni jactancia.
Es lo conseguido y el esfuerzo llevado a cabo, con sus sinsabores y sufrimientos, fracasos y éxitos, lo que me da fuerza y me hace sentir ilusión por casi todo. Mi corazón se rompió mil veces, fractura que tiene su génesis, especialmente, en la decepción por confiar en la mezquindad de algunos; y por ello ese corazón es fértil y sabe y comprende en qué consiste la felicidad de no ser perfecto.
Estoy totalmente de acuerdo con los que piensan que los surcos de mi cara son las bellas cicatrices de toda mi trayectoria, de haber sido así, de haber lucido el niño o pequeño diablo que llevamos dentro; de forma que no pienso lamentarme por lo que no fue, o lo que pudo ser, sino justa y precisamente, volviendo la mente atrás, viendo el presente y encarando el futuro, seguiré buscando momentos de felicidad, sencillamente porque seguiré amando la vida como lo hice hasta hoy. El resto se lo dejo a … Dios y que me disculpen los agnósticos. Me siento orgulloso de muchas cosas, sobre todo por haber sabido conservar la sonrisa. Ello ha sido posible con la ayuda de mucha gente. Ahora, el postre de la vida, mi familia, mis amigos, mi descendencia, y con mayor énfasis mis nietas, son el broche de oro, el fundamento esencial de mi alegría, mi esperanza, mi felicidad, parte de mi fruto, y, mi sonrisa. Así escribe su historia este jubilata.
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