El misterio de la gravedad
El lujurioso de turno extrae sus propias conclusiones rememorando tiempos pasados que ya no volverán ni siquiera con pastillas azules
En este fabuloso grupo jubilata —y lo digo por la cantidad de fábulas— tenemos al listillo que suelta teorías peregrinas con intenciones didácticas, las más de las veces con elucubraciones sin suficiente conocimiento y, casi siempre, como es lógico a nuestra edad, sin el menor atisbo de concluir en ejemplarizante moraleja. A estas alturas, ¿de qué nos podría servir? ¿Qué nos podría enseñar?
En las preguntas se advierte la liviana soberbia de la senectud. Ese miembro del grupo, no miembra, con la presunción que le caracteriza —que casi siempre respetamos pero que en lo más profundo de nuestro ser despreciamos con un elocuente silencio— nos viene dando la matraca desde siempre con sus inexplicables opiniones acerca de la fuerza de la gravedad, sí, esa que descubrió Isaac Newton con la manzanita que cayó del árbol.
Es un tema muy recurrente para nuestro colega y no es que haya dedicado su vida a estudiar física cuántica, sino que sobre la base de su curiosidad divaga con circunloquios no exentos de gracia, ternura y fe en el futuro. Resumidamente, nos explica que es una fuerza de atracción entre cuerpos y que es mucho mayor si los cuerpos están próximos. El lujurioso de turno extrae sus propias conclusiones rememorando tiempos pasados que ya no volverán ni siquiera con pastillas azules. Nuestro amigo nos implica en la extrañeza que supone ver todo un mar, tan precioso como enorme, que no se derrama en el espacio, a diferencia de un vaso lleno de agua que, en cuanto lo vuelcas un poquito, ea, ya está la fuerza de la gravedad ejerciendo su poderío.
Sigue divagando y diciendo que si ese vaso lo atas con una cuerda y lo volteas con fuerza, el agua no se cae, con lo cual la fuerza de la gravedad se contrapone con otras más extrañas, la centrípeta y la centrífuga. Total, que se hace un lío y nadie entiende nada. Sigue relatando que, a pesar del profundo misterio que entraña el conocimiento de ese fenómeno de la naturaleza, siempre hay que dar gracias al Creador de tamaño mecanismo, porque de no existir, el caos sería absoluto. Pero es que, además, si en el universo no existiese la gravedad, esa que impregna de equilibrio la fuerte atracción entre nuestra cada día más estropeada Tierra, el universo se entremezclaría y no pararíamos de recibir golpes de enormes pedruscos o peñascos que alocadamente van sin rumbo.
Nuestro colega extrapola sus limitadas y fantasiosas conclusiones advirtiéndonos de que esa fuerza gravitatoria no es ni más ni menos que idéntica al cariño, la empatía, la atracción que sentimos los humanos hacia cuerpos, humanos o no, que nos cumple descubrir, amándolos sin límite, hasta que una vez conocido su secreto, no nos explicamos cómo seguimos deseándolos. Hay algo más que esa fuerza gravitatoria, esa curiosidad, esa atracción, a veces fatal, que no debe confundirse con la vulgar rutina.
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