El sueño del 155 y su fantasma
La exigencia reiterada y ya obscena del 155, negándose a considerar la posibilidad de pasar por grados intermedios, confunde la situación actual a sabiendas, que no es comparable con lo vivido en octubre de 2017
¿Alguien se ha tomado la molestia de contar las veces que los líderes del PP y de Ciudadanos han pedido una nueva aplicación del 155 en Cataluña desde que Pedro Sánchez llegó a la Moncloa? La cifra, seguramente exagerada, podría ser indicio de una insistencia y de una tenacidad, incluso de una coherencia —aunque no se comparta—. Pero esa coherencia es peor que muy relativa. Ciudadanos estuvo por el ahora tan criticado 155 breve de Rajoy. Tenían prisa para ir a unas elecciones que calculaban que les serían más favorables que la victoria pírrica al final conseguida. Luego, al arrancar la frenética reclamación del 155 con posterioridad a la moción de censura que permitió la formación del nuevo Gobierno, la impresión de que el famoso artículo había dejado de ser un instrumento de última instancia previsto en la Constitución para pasar a convertirse en un arma de desgaste político contra el Gobierno se ha hecho diáfana. La imagen de Inés Arrimadas con la cartulina del 155 hace unas semanas en el Parlament demuestra ese nivel bochornoso de trivialización política del artículo. Y la sombría petición del hombre sombrío por excelencia —Aznar— de un 155 “indefinido” y “total” pone el listón tan alto que a Vox, lógicamente, solo le queda pedir la supresión no solamente total de la autonomía catalana, sino de paso de todas las autonomías en España.
La exigencia reiterada y ya obscena del 155, negándose a considerar la posibilidad de pasar por grados intermedios —Ley de Seguridad Nacional, e incluso el procesamiento de líderes políticos concretos, incluso aforados, por delitos de instigación a la violencia—, confunde la situación actual a sabiendas, que no es comparable con lo vivido en octubre de 2017. Ahora podemos tener desórdenes puntuales en la calle. Pero no tenemos un Govern en franco desacato de leyes y requerimientos legales, ni un Parlament tomado por lo que luego se ha llamado un “golpe de Estado posmoderno”, o sencillamente por una mayoría que se pasó las leyes que regían el propio Parlament por el forro. No diré que la situación actual sea mejor ni peor. Deberíamos acostumbrarnos a dejar de buscar signos de mejoría y empeoramiento en el procés, porque la cosa va para largo y a lo que estamos expuestos es a una necesidad de análisis permanentemente abierta a lo nuevo y cambiante. Lo que no cambia es el horizonte: el deseo de casi la mitad de la ciudadanía catalana de romper políticamente con el Estado español.
Quienes piden ese 155 profundo e indefinido no se sabe muy bien si lo dicen de cara a la galería o si realmente se creen lo que dicen. Si lo dicen para darle gusto a su audiencia o para presionar al actual Gobierno son unos irresponsables. Si se lo creen son unos insensatos. En ambos casos, sus exigencias —esa bravuconería que los pone a la misma altura que a los pirómanos del otro extremo, comenzando por el actual president de la Generalitat— se les pueden acabar volviendo en contra. ¿Alguien se atreve a descartar, por ejemplo, que de llegar algún día Casado o Rivera a La Moncloa no sean ellos los que firmen ese indulto que ahora, en el colmo de la degradación de las leyes hacia el imperio de las tripas, exigen prohibir preventivamente? ¿Y cómo creen que se viviría en Cataluña, o cómo se imaginan que se saldría de ese 155 largo que parece haberse convertido en el sueño húmedo de las imaginaciones más secas? ¿Cómo lograrían esos estrategas del mamporro que la ciudadanía favorable a la independencia en Cataluña no pasara holgadamente del 50%? ¿Y cómo explicarían ese éxito en Europa?
El presidente Sánchez, visto el descalabro en Andalucía, puede haber descubierto que se equivocó en los tiempos electorales. Pero su Gobierno no se ha equivocado intentando calmar la situación. También Casado o Rivera lo hubiesen intentado de haber presidido el Gobierno. ¿Quién lo duda? ¿No dialogó también Aznar con ETA? Por eso su oposición es desleal y antipatriota. Porque se pueden garantizar derechos y convivencia en Cataluña sin necesidad de aplastar ni humillar a buena parte de la sociedad catalana. Y porque lo contrario simplemente nos lanza hacia lo inimaginable e incontrolable.
Jordi Ibáñez Fanés es escritor y profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra.
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