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Columna
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Volver a visitar la facultad

Es extraño volver a la escuela en la que estudiaste durante seis años. Un tanto agridulce

Alumnos en el pabellón de Cantería en la Escuela de Arquitectura de Madrid, en 2003.
Alumnos en el pabellón de Cantería en la Escuela de Arquitectura de Madrid, en 2003. M. SOBRINO
Chenta Tsai Tseng

Soy extremadamente desorganizado. Me paso la mayor parte de mi vida buscando cosas, revolviendo entre montañas de recortes de revistas y ropa lavada sin planchar. Ordenar mi casa es un suplicio y un proyecto de vida ambicioso a largo plazo. No fue de extrañar que tirase mi título universitario en una de mis limpiezas/liquidaciones radicales. ¡Maldita sea! No hay nada que odie más que el papeleo y la gestión en las universidades. Por suerte ayer me llegó el correo avisándome de que podía ir a recoger mi título. Hace más de un año y medio que no he visitado la escuela. No me vendrá mal un respiro.

Cogí el Alsa en el intercambiador de Avenida de América. Saludé al camarero de la cafetería donde solía llevarme los cafés con sabor a plástico quemado cuando no tenía tiempo a desayunar en casa y andaba con prisas, o sea, el 90% de las mañanas cuando estudiaba Arquitectura. Tenía cinco de las mismas camisetas, cárdigan y pantalones negros para ser práctico y no pasar mucho tiempo por las mañanas en decidir el atuendo. Llevaba el portátil en un hombro, el tubo en el otro, agarrando alguna maqueta mal hecha la noche anterior, con cartón pluma blanco y alfileres que sobresalían del modelo. Me acuerdo del número del bus, 223. Del asiento del fondo intentando evitar a los otros compañeros pretendiendo que estaba durmiendo. Treinta y pocos minutos de trayecto que manejaba bien, excepto aquellas mañanas en las que a primera hora teníamos asignaturas un poco más densas. Arquitectura legal. Materiales de construcción. Me tiemblan las manos al pensarlo. Creo que aprobé Materiales a la quinta. Que quede entre nosotros.

Es extraño volver a la escuela en la que estudiaste durante seis años. Un tanto agridulce. Te das cuenta de que todas las expectativas que tenías para tu futuro quedaron en una idea lejana del pasado, de un estudiante que quería cambiar el mundo. ¿Qué pensaría mi yo de 20 años sobre su yo de veintitantos? Es confrontarte a todas las cosas que te prometiste pero acabaron siendo demasiado ambiciosas y a preguntas intrusivas y desaprobaciones por parte de profesores que te consideraban su favorito. “¿Cómo que artista con lo bien que se te daba? Siempre puedes volver”, me dicen.

Paseé por aulas, por el patio lleno de caballetes y compañeros de primero quedándose hasta la noche intentando cumplir milagrosamente con las fechas de entrega. El olor a pegamento y pizza en los pasillos, las canciones de Disney en bucle en las mesas de trabajo colindantes. Sentir que podías comerte el mundo por lograr hacer tres entregas en una noche. Me acordé de lo bien que me lo pasaba en aquellas horas muertas de la noche. La sensación de la dedicación, del trabajo en equipo.

Me quedé hasta que cerraron y en la parada del bus se me escapó una sonrisa que abrazaba toda mi cara. Lo recordaba peor, la verdad. Hasta la próxima vez que pierda mi título de nuevo.

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