Fuentiopía
Hace algo más de 25 años, la gente se paraba a mirar por la ventana para ver cómo 'cosía las cabezas'
Aún resisten resquicios rurales en zonas de Fuenlabrada que la fiebre del ladrillo no consiguió urbanizar. Sin embargo, no son muchas las personas con linaje “fuenlabreño antiguo”. Como tantos otros municipios del sur, su identidad resulta de la mezcla de las que siempre estuvieron más quienes llegaron de toda España y del resto del planeta.
El 13% de los más de 200.000 habitantes de la localidad provienen de Rumanía, Marruecos, Nigeria, China, Colombia y Guinea Ecuatorial. Fuenlabrada es un sitio en el que, por sus comercios, rostros y acentos se nota que el planeta está resumido, nada más llegar. Pero no siempre ha sido igual, cuando la etíope Yeshi Beyene Hagos abrió su local, hace algo más de 25 años, la gente se paraba a mirar por la ventana para ver cómo “cosía las cabezas”, cuando lo que, en realidad, hacía era poner extensiones. En esos tiempos, casi nadie entraba, porque en el rótulo ponía “peluquería afroamericana”, y no sentían que aquel pudiera ser su lugar.
Consciente de que si no se formaba más, iba a tener que cerrar, decidió ir a Estados Unidos y aprender técnicas nuevas con el fin de poder trabajar, también, el cabello de las personas blancas. Su objetivo era que sus vecinas y vecinos, fueran como fueran, no tuvieran que recorrer decenas de kilómetros ni gastar dinero en transporte público para hacer algo tan común como cortarse el pelo o peinárselo a su gusto. La cosa ha ido tan bien, que ahora es una de las peluquerías de referencia para varias “estrellas telecinqueras” a las que eso de los melenones parece que les va.
Yeshi se casó con un español y tiene dos hijos que son fuenlabreños, con todo, nunca ha abandonado sus raíces, de ahí que vuelva con cierta asiduidad a su tierra. Estando en uno de esos viajes en Gondar, su ciudad, acompañó a su abuela a un centro hospitalario y el alma se le cayó tantas veces a los pies, que creyó que jamás podría levantarla de nuevo. Allí encontró a mujeres que tenían que recorrer varios kilómetros, a pie o en burro, desde sus aldeas para poder dar a luz. A veces, tras días caminando, llegaban desangrándose,muertas o fallecían allí por no poder pagarse una transfusión. Terrible.
Tras donar sangre y ayudar en la medida de sus posibilidades, le prometió a su abuela que contribuiría a que la situación de aquellas mujeres cambiara. Así que creo la ONG AYME (Ayuda a Mamá en Etiopía) y se puso manos a la obra. Hace solo unas semanas, inauguró una maternidad que tiene todo lo necesario para atender en condiciones a las pacientes, incluida una ambulancia. Ha contado con mucha ayuda de instituciones, organizaciones, ayuntamientos o personas como el padre Ángel, que parece que en este tipo de iniciativas, nunca falta.
La abuela de Yeshi falleció, pero se fue tranquila sabiendo que no morirán más madres queriendo dar vida.
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