Una experiencia integradora y natural
La cantautora Rozalén, con un proyecto para acercar sus temas a personas sordas, y expertos ponen en valor el carácter inclusivo de la música
Para la cantautora Rozalén “es imposible vivir sin música”. “Lo descubrí cuando empecé a estudiar un máster en musicoterapia. Es imposible porque el ritmo y la melodía están en el ser humano: andamos a un ritmo, el corazón late un ritmo,...”, explicó durante su intervención en el congreso El bienestar y la música: entre dos aguas, organizado por Cadena SER. Con esta premisa, la artista manchega lleva varios años acercando sus canciones a las personas sordas con la ayuda de la intérprete de lengua de signos Beatriz Romero. “Gracias a ella, mis canciones son accesibles a todo el mundo, puedo llegar a más gente, que es lo que siempre busca un cantante”, afirmó la artista, quien se suma a los especialistas que resaltan el carácter inclusivo de la música. “Es una experiencia integradora en sí misma, lo dice todo el mundo, pero es cierto, la música es un lenguaje universal que nos toca la fibra a todos”, defiende el percusionista Fernando García.
Ese poder de la música queda patente, para Rozalén, en casos como el de niños con autismo. “Les cuesta comunicarse, pero hay algunos que encuentran esa vía en la música. Un hijo puede comunicarse con su padre a través del piano, eso es muy emocionante. La música es lo último que se olvida. Las personas con Alzheimer cantan las canciones de cuando eran jóvenes. La música y el ser humano van unidos”, defendió la también compositora, quien recordó que el proyecto con Romero surgió “de casualidad y durante una fiesta”. “Estábamos de cooperantes en Bolivia, y una noche agarré la guitarra y me puse a cantar. Entonces Beatriz se puso una nariz de clown y empezó a traducir la letra”, recordó. “Pero esto no es innovador, ya se venía haciendo. Lo novedoso ha sido integrar la interpretación de Beatriz como parte del espectáculo. No a un lado del escenario, como si estorbara”, dijo la cantante.
Preparar cada canción les lleva muchas horas. “Cuando termina de componerlas, nos reunimos y me explica qué ha querido decir en cada uno de los versos para encontrar la manera de expresarlo en lengua de signos. Las hay más difíciles, otras que dan más juego o que necesitan que se le dedique más tiempo para que tengan ese encanto. La idea es hacerla lo más visual posible”, explicó Romero.
Así, mientras Rozalén entona los primeros versos, Romero los traslada a la lengua de signos a su lado. “Al principio, la gente se quedaba extrañada. Luego, hay quienes nos han dicho que entienden mejor la letra gracias a los signos”, señaló la intérprete. “Para nosotras es muy emocionante enterarnos de que hay personas que han ido por primera vez a un concierto con su familia o amigos. Si hasta vivimos una pedida de matrimonio entre dos chicas, de las que una de ellas era sorda”, recordó la cantante de Girasoles. “Normalmente, notas el feedback, los ves sonriendo, divirtiéndose e, incluso, interpretando el tema en la lengua de signos”, apuntó Romero antes de señalar que cada vez son más los proyectos que apuestan por abrir la música a este público. “Se van haciendo pequeños avances”, añadió.
Y es que, como señala Fernando García, la música es punto de unión de todas las culturas. “De comunicación entre personas de distinta raza, religión, idioma… y, por lo tanto, también entre personas con distinto estado mental. La música nos permite conectar”, apunta García, quien imparte clases en Danza Mobile, una entidad sevillana que trabaja para el desarrollo integral a través del arte de personas con discapacidad, principalmente con síndrome de Down. “La música es para todos y es de todos”, aporta Iñaki Martín, músico de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y miembro del proyecto Mosaico de sonidos, que unió a músicos de 14 orquestas españolas con personas con discapacidad para interpretar La flor más grande del mundo, obra de Emilio Aragón inspirada en el cuento del mismo nombre de José Saramago.
Y ese carácter alcanza su mayor grado cuando se convierten en partícipes. “Cantan, bailan, hacen percusión... Y lo más importante disfrutan. Ese disfrute les reconcilia con el mundo, les sube la autoestima… Les produce una satisfacción enorme y les ayuda en su día a día, ya sea mejorando su sociabilidad, por ejemplo”, apunta García. “Algunos de los participantes tenían muy buenas aptitudes para el ritmo, y otros tantos para la melodía”, indica Martín, quien señala que este proyecto ayudó a los chicos a trabajar en equipo “con constancia y disciplina”. “En el caso de Sevilla, vieron cómo 16 músicos de nacionalidades distintas, con instrumentos distintos, se entendían”, asegura Martín. “La riqueza está en la diversidad, todo suma, todo nos enriquece”, añade Romero.
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