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MADRID ME MATA

Un sueño con prisa

Elvira Sastre
La plaza del Dos de Mayo, en el centro de Madrid.
La plaza del Dos de Mayo, en el centro de Madrid.CARLOS ROSILLO

Es interesante cómo funciona la vida para el que vive en Madrid sin ser de allí. Nací en Segovia y en Segovia pasé mis primeros veinte años de vida, tan lentos como un viaje en tren antiguo, cobijados bajo un techo donde todo se daba por sentado de una manera terriblemente sencilla. En mi casa siempre hacía calor y eso era algo normal.

Al abrir la ventana de mi habitación, sólo había verde, el crujido nocturno del grillo, un puñado de nubes naranjas que se deshacían en minutos, dando paso a una oscuridad tan taciturna como yo.

Me apropié de esa suerte y di por hecho el paisaje sin obstáculos. Qué fácil era la vida, piensa una ahora, sin saber si alguna vez ha vivido realmente sin obligaciones. Desconozco esa sensación.

El caso es que me fui a Madrid impulsada por unas ganas imparables; por una necesidad vital de recorrer calles y avenidas cuyo final no fuera fácil de vislumbrar; por un apetito voraz, por qué no decirlo, de caras nuevas. Ansiaba el ruido. Me daba igual vivir en Carabanchel, en Vallecas o en Ciudad Lineal. Para mí todo estaba cerca de donde quería estar.

Terminé, por suerte para mis hábitos, en un piso compartido en Las Vistillas, en La Latina, y enseguida me di cuenta de que en Madrid, estés donde estés, todo queda lejos, sobre todo el metro. En mi primera casa madrileña siempre hacía frío, y pronto aprendí que eso también era algo normal. Al mirar por la ventana sólo veía verde, igual que en mi habitación de siempre, pero el color era distinto. El olor, también. La vida sencilla se iba complicando sin que quisiera darme cuenta.

Y cuando por fin lo hice, aprendí a asumirme en el cambio, a sentirme comprendida, a buscar mi paso tranquilo en la velocidad de una capital con urgencia. Madrid ya me había acogido. Pero esa es otra historia. Vuelvo a menudo a Segovia, con y por mi familia. Paso allí las Navidades, el verano, algún fin de semana en el que me apetece recuperar el paso tardo de los días. Es amable la vuelta.

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Y es curioso pensar que cuando se trata de Segovia, el verbo que utilizo suele ser “volver” y, sin embargo, con Madrid el verbo elegido es “ir”. Un éxodo temporal orquestado por mi subconsciente que confiesa mi realidad: vuelvo a Segovia para saber quién soy, voy a Madrid para saber quién quiero ser. Llevo ya seis años en la capital. Han sido tan rápidos como un sueño con prisa. Y aquí sigo, sin querer ver el final de las calles.

Bienvenidos a mi visión del Madrid que habito. En este espacio podréis darme la mano —o no— y pasear por sus calles y mis sensaciones.

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