Barcelona y su vocación iberoamericana
La proyección de Barcelona no se agota en su relación con las grandes metrópolis del norte. También tiene que ver con su capacidad de actuar como puente privilegiado con ciudades del este y del sur
Tras la caída del franquismo, Barcelona despuntó como ciudad de acogida de refugiados y exiliados políticos, y como impulsora de diferentes iniciativas internacionalistas y de defensa de los derechos humanos y la paz. Desde el punto de vista institucional, los ayuntamientos liderados por Pasqual Maragall fueron asimismo los primeros en defender el papel de las metrópolis como actores internacionales cuando casi nadie lo hacía.
En los últimos tres años, la ciudad ha procurado estar a la altura de este anhelo inicial. De entrada, reforzando su relación con metrópolis globales como Nueva York, París, Londres, Boston, Montreal o Ámsterdam. La presencia en ellas de alcaldesas y alcaldes progresistas, de izquierdas plurales, ha permitido promover agendas conjuntas, centradas en los grandes retos urbanos de nuestro tiempo: la lucha contra la contaminación, la feminización de la política, la apuesta por la innovación científica y tecnológica, la defensa, como bienes comunes, del agua o la energía o la construcción de ciudades refugio capaces de actuar como antídoto a las políticas xenófobas que ganan terreno de forma alarmante en Estados Unidos y Europa.
En todos estos temas, Barcelona ha sabido jugar su indiscutible poder diplomático. Por ejemplo, propiciando una suerte de sindicalismo municipalista entre diferentes ciudades para forzar a AirBnB y otros lobbies transnacionales a respetar el derecho de los vecinos a no ser expulsados de sus barrios. O defendiendo, como hizo la alcaldesa Ada Colau en la ONU, la necesidad de plantar cara a los fondos especulativos que amenazan el derecho a la ciudad y la cohesión urbana.
Pero la proyección de Barcelona no se agota en su relación con las grandes metrópolis del norte. También tiene que ver con su capacidad de actuar como puente privilegiado con ciudades del este y del sur.
Por razones culturales obvias, una de las grandes prioridades estratégicas de la Barcelona actual consiste en reforzar su conexión histórica con Iberoamérica.
No es casual, de hecho, que Barcelona haya sido escogida como ciudad invitada en la Semana del Diseño en Ciudad de México o en la Feria del Libro de Buenos Aires. Y tampoco sorprende que entre nosotros hayan ganado peso políticas vinculadas a la mejor experiencia municipalista del sur. Basta pensar en los presupuestos participativos, popularizados a partir del ejemplo precursor de Porto Alegre. O en la influencia de políticas de salud, de vivienda, cooperativistas, promovidas por ciudades progresistas como Montevideo o Rosario.
Hace unas semanas, la alcaldesa rosarina Mónica Fein nos presentó una aplicación digital propia, diseñada para modernizar el servicio público de taxi. Y el alcalde de Montevideo, Daniel Martínez —asiduo asistente a la Smart City Expo barcelonesa— nos explicó que ellos ya habían llegado a un primer acuerdo con el gigante Uber para obligarlo cumplir con sus deberes fiscales y laborales. ¿No sería inteligente que las ciudades del norte también aprendiéramos de estas experiencias?
Obviamente, estos vientos innovadores no soplan con igual fuerza en una región en la que políticas neoliberales ensayadas en el pasado vuelven a causar estragos. Lo interesante es que ello no ha impedido al municipalismo transformador abrirse camino, contribuyendo, desde las instituciones y fuera de ellas, a democratizar la democracia y a asegurar lo que Joan Subirats ha llamado la soberanía de proximidad. Y no se trata tan solo de Montevideo o Rosario, sino también de ciudades como Valparaíso o México, que hace poco eligió su primera alcaldesa mujer, la científica Claudia Sheinbaum.
Ahora que se acerca el 11 de setiembre, y con él, la memoria del golpe contra Salvador Allende, será un buen momento para recordar los lazos de Barcelona con el joven continente.
Estos vínculos, construidos a partir de constantes intercambios sociales, culturales, económicos, forman parte del ADN de nuestra ciudad y han contribuido a forjar su identidad actual: plural, mestiza, e integradora. De lo que se trata ahora es de alimentar esta relación. De conectarla con los grandes desafíos del siglo XXI y de asumirnos, de paso, no solo como una ciudad cosmopolita, mediterránea, europea, sino también como una decidida capital iberoamericana.
Gerardo Pisarello es primer teniente de alcalde de Barcelona.
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