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SÓNAR

Terry Riley ya no asusta a nadie

La potencia orquestal de la OBC hace uns brillante interpretación de la aleatoria obra 'In C' en el concierto inaugural del Sónar

La OBC, durante el concierto inaugural del Sónar.
La OBC, durante el concierto inaugural del Sónar. ALBERT GARCIA

Mientras en las cercanías de la fuente mágica de Montjuïc de Barcelona los últimos ritmos del Sónar de Día acababan de fatigar a la danzante clientela, en el Auditori se inauguraba solemnemente el festival que, a pesar de llevar ya varias horas funcionando a tope, todavía no estaba inaugurado.

El ambiente era altamente festivo, raro en los conciertos de música contemporánea al uso, y en la clientela, que no llegó a llenar el local, se mezclaban, cosa rara también en los conciertos de música contemporánea, todo tipo de tribus y procedencias con abundancia de hipsters exteriorizando su condición de tales y sin rasgo alguno de haber pasado la tarde sudando desaforadamente en las sesiones danzantes de Montjuïc, como si de dos mundos diferentes se tratara (probablemente lo son).

'In C'

Terry Riley

OBC dirigida por Brad Lubman

Auditori de Barcelona, 14 de junio de 2018

Este año la ya habitual colaboración entre las Sampler Series del Auditori barcelonés y el certamen se centró en la figura inapelable de Terry Riley y en sin duda no su mejor composición pero sí la más emblemática: In C. Una obra que en el momento de su estreno, 1964, sorprendió, admiró y escandalizó a partes iguales pero que hoy, más de medio siglo después, ya no asusta ni a los seguidores de OT.

La obra no está escrita para un determinado grupo instrumental y deja en manos de cada músico participante el desarrollo de la interpretación. Se trata de 53 pequeños esbozos que se pueden iniciar en cualquier momento y repetir varias veces según el estado de ánimo de cada instrumentista y su relación con el resto del grupo. Todo esto convirtió la obra en la primera (como mínimo la primera con repercusión internacional) verdaderamente aleatoria de la historia y abrió las puertas al minimalismo inmediatamente posterior.

No es habitual que In C se interprete con una orquesta sinfónica, ni siquiera su autor la ha grabado con una formación así, lo que confería al concierto un atractivo muy especial. Tampoco es habitual interpretar la obra con un director que, por el mero hecho de dirigir, ya rompe el gran atractivo que es su componente aleatorio. Sobre el primer punto la sinfónica barcelonesa no se presentó al completo, pese a que en el programa de mano figuraban los nombres de toda la plantilla: solo cuarenta y dos instrumentistas subieron al escenario, suficientes. Eso sí, con una insólita disposición: una fila de marimbas y metalófonos dividía la escena relegando los violines a la última fila (y de pié) y dejando los primeros atriles para las maderas.

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Tampoco, y por suerte, Brad Lubman ejerció de director, limitándose a controlar la situación desde su marimba y dejando, al parecer, bastante libertad a los músicos.

La potencia orquestal le pudo al concepto aleatorio, que prácticamente solo se advirtió al ver músicos que dejaban de tocar para desentumecerse, limpiar el instrumento o controlar a sus compañeros. Aunque la sonoridad por momentos vagó errática (lo contrario hubiera sido casi imposible), el resultado final fue sencillamente apabullante, manteniéndose la tensión durante más de cincuenta minutos sin pausas. Un entramado sonoro excitante que comienza hipnotizándote para sumirte después en una borrachera sonora plagada de abrumadoras sugerencias.

La interpretación de los sinfónicos barceloneses fue brillante, muy viva, y los asistentes acabaron casi en trance estallando en una de esas ovaciones para el recuerdo. Tal vez lo escuchado no encaje con la idea que tenemos del Sónar, pero es una suerte para todos los melómanos que el festival pueda permitirse estos aparentes dislates.

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