Decreto para la disolución de los nubarrones
La banda más popular de Uruguay, que llevaba 11 años sin pisar Madrid, derrocha diversión y mordacidad ante un público entregado
Aseguran los especialistas en la ciencia del ánimo que esta primavera incierta, inconclusa, escurridiza nos tiene mohínos y sumidos en el desconcierto. Con independencia de lo que auguren los meteorólogos o dictamine hoy mismo la inspección de los cielos, cinco uruguayos maduritos decretaron ayer desde el barrio de Moncloa la disolución y levantamiento fulminante de los nubarrones. Y 900 almas se sumaron a la moción con alborozo, convertidos en coristas sin sueldo ni resuello, porque llegó un momento en que ya las gargantas pedían clemencia y las piernas, una tregua inasumible. Diremos más: si en la puerta hubieran exigido tararear El hijo de Hernández o Ya no sé qué hacer conmigoC, los dos temas iniciales, nadie hubiera perdido su boleto por errar en la prueba.
En esta orilla del océano nunca figuraron entre las bandas más difundidas, por aquello de que Uruguay es un país chiquito, pero junto al Río de la Plata ejercen más bien de institución. Y como en Madrid llevaban una década larga sin asomar la cabeza, El Cuarteto de Nos cosechó anoche un llenazo épico en la sala Mon Live, de esos en los que la cola de acceso dobla la esquina y cinco compatriotas rezagadas imploraban alguna entrada sobrante a las puertas del local. No era ocasión pequeña: a Roberto Musso y sus socios les contemplan treinta y algunos años de carretera, 14 discos en las tiendas, premios múltiples y el honor de que ningún álbum local de la historia figure en tantos hogares uruguayos como Otra Navidad en las trincheras (1994).
Jorge Drexler desgranaba éxitos en la música de sala, por aquello de que el paisanaje siempre es una causa justa, pero la propuesta de nuestros uruguayos del martes maneja parámetros bien distintos: más mordaces y gamberros, lenguaraces por encima de las tentaciones líricas y cáusticos por convencimiento de que no existe mejor salvoconducto para la diversión sagaz. A veces descuidan la dimensión musical, como esa Nada es gratis en la vida tan corrosiva como simplona, pero El Cuarteto (que es quinteto; otra de sus rarezas) casi siempre juega con una buena mano.
Y es que Musso sigue sabiendo diversificar su lenguaje para no convertirse, después de tantos años, en una rutinaria cantinela, en una sucesión de autoplagios. Mi lista negra, por ejemplo, bordeaba el hip hop en las estrofas, mientras que la cumbia deja sabrosos coletazos aquí y acullá. Pero casi siempre laten una cierta vocación de himno (No llora), los traviesos teclados para feriantes (Así soy yo) o los guiños a la teatralidad, desde la máquina de escribir en Breve descripción de mi persona al líder encapuchado para Buen día, Benito. Podrán no ser refinados, pero con los Nos hay que descartar de plano la opción del aburrimiento.
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