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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Martirio también se atreve con la copla sinfónica

La onubense se coloca al frente de la banda municipal para repasar lo más granado de sus 30 años de trayectoria

Concierto de Martirio en los Teatros del Canal.
Concierto de Martirio en los Teatros del Canal.Jaime Villanueva (EL PAÍS)

Algún purista del almanaque podría ponerse anoche tiquismiquis. Martirio conmemoraba sus tres décadas de andanzas músico-vocales en los Teatros del Canal, pero, si tenemos en cuenta que su primer álbum bajo esa denominación (Estoy mala) se remonta a 1986, las cuentas solo salen de manera aproximada. Da lo mismo: las efemérides fueron siempre excusas, y encontrar una cualquiera para reencontrarse con doña Maribel Quiñones siempre es motivo de alborozo. Y más si la cita aportaba ingredientes hasta ahora inéditos.

Ahí la tenían ustedes, en el corazón de la Sala Roja. De negro negrísimo, como marca la pauta y el protocolo en estos escenarios de ringorrango, aunque con floripondio carmesí prendido en los cabellos, pegadito a esa peineta sin la que Martirio no sería Martirio. Solo que arropándola no estaba solo su churumbel, ese Raúl Rodríguez para el que la guitarra parece una prolongación natural de los dedos, sino los cerca de 80 músicos que integran la Banda Sinfónica Municipal de Madrid, artistas versátiles y valientes que le están cogiendo el gustito a esto del pop. Por sus atriles ya han pasado los grandes éxitos de Amaral, Juan Perro o Luz Casal, y prepárense para que acontezca algo parecido en torno a Coque Malla.

A Martirio no es fácil meterla en vereda de papel pautado, porque su cante es libérrimo y los calderones y demás retardos del compás debieron provocar más de un mareo vertiginoso entre los hombres de las pajaritas. Pero ahí fueron desfilando con flamante ropaje orquestal desde Estoy mala hasta María la Portuguesa, que no hay muchos homenajes tan merecidos como el de esta mujer a Carlos Cano. Y también hubo espacio para sorpresas como Se dice, rarísima copla feminista de 1935, sobre una dama que como tal nació para hacer su “santa voluntad”. La onubense dedicó a “las mujeres, la libertad, el respeto y la justicia verdadera”, seguro que pensando en la misma sentencia que usted.

Raúl miraba a su madre sin pestañear, como el primero de los muchos abducidos en la sala por esa voz que se agiganta en mil inflexiones nunca sujetas a predicción. Y así se sucedieron otros clásicos como Ojos verdes o La bien pagá, que provocó hilaridad entre los espectadores que nunca habían escuchado una estrofa en inglés (lo de Paid so well, en efecto, resulta impagable). Risas también sin freno con Las mil calorías, esa especie de sevillana-rap sobre las penurias de privarse de la manduca para recobrar el tipito; una historia que la Quiñones convierte cada noche en desternillante, así se la hayamos escuchado en infinidad de ocasiones.

Luna de España y De Cai sirvieron para el lucimiento de la orquesta en solitario, la segunda con la singularidad insólita de esos tres músicos clásicos que daban palmas frente a sus atriles. Martirio aprovechó el ínterin para cambiarse de modelo y reaparecer con flamante túnica roja, un color que le sentaba bien tanto a Joaquín Sabina (Noches de boda) como a Federico García Lorca y ese soneto arrebatado, Tengo miedo a perder la maravilla. Y de bis, por aquello del 2 de mayo, el chotis Madrid, muy tímidamente tarareado desde el patio de butacas pese a los esfuerzos del director de la orquesta, Rafael Sanz-Espert. Será que el regionalismo aquí no cuaja mucho. O que cualquiera se pone a cantar con doña Maribel enfrente.

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