La adrenalina vence al cronómetro
El británico Laurence Jones desembarcaba anoche con su 'blues' en la Sala Clamores
A los 23 años parece pronto para extraer grandes conclusiones, pero de Laurence Jones se viene hablando con tanto énfasis que debemos reservarle subrayado y letra negrita. Desembarcaba anoche en la Sala Clamores este muchacho británico que resulta ser de Stratford-upon-Avon, la villa del mismísimo Shakespeare, y el bardo era lo bastante intenso como imaginarlo aficionado al blues si lo tuviésemos de coetáneo. Llegó la visita avalada por tres premios consecutivos en los British Blues y el galardón al mejor guitarrista europeo del gremio en 2016, mucha medalla para colgar en pechera tan bisoña. Pero la gloria resultó no ser casualidad en el caso del rubio inglés, un tipo de gesto relajado y expresión artística tan natural como para sospechar que su madre le hirviera los potitos con agua traída desde el delta del Misisipi. Aunque se necesitasen unos pocos kilómetros de trasvase para ello.
El amigo Jones se hizo esperar anoche sus buenos 40 minutos, porque lo de esta ciudad con los horarios es una causa tan perdida como lo de los charlatanes en los conciertos, pero parece evidente que el chaval no está abonado a la procrastinación. The truth, su entrega más que reciente y la que nutrió buena parte del repertorio, hace ya el quinto álbum en un currículo de estajanovismo agudo. Y el calambrazo de alto voltaje que representa no dejó impasible a nadie en una sala bastante llena y del todo volcada.
Lo mejor de Laurence es la aparente sencillez con la que aporta un cancionero de hechuras canónicas pero ardorosas y endiabladas. Hay furia, pellizco, pegada, velocidad, vértigo, y todo lo asume el chaval como quien echara el rato con un dulce divertimento. Never good enough, por ejemplo, integra el blues-rock de escuela con unos coros en falsete de filiación mucho más soul. Y Give me your time es un incendio ya al borde del rock sureño, para lo que la pegada de Gregg Smith, un bajista martilleante y fantástico, resulta fundamental. Como las segundas voces del teclista Bennet Holland, también decisivo en ambas facetas.
Cuando nuestro hombre se pone más serio, como en la iniciática Thunder in the sky, es imposible no acordarse de Gary Moore y dedicarle un párrafo aparte. Quizá la interpretación rozase anoche los 10 minutos, pero los solos resultaron tan sencillamente fastuosos como para que la adrenalina aniquilara el cronómetro. Fue el momento cumbre, recibido con aullidos de pura excitación. El éxtasis para un muchacho de virtuosismo casi inalcanzable que se comporta como el que cose (y canta). No es extraño que Walter Trout le apadrinase o que hasta Eric Clapton se nos venga a la cabeza. Laurence, hoy, lo tiene todo.
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