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Pop | Jacob Sartorius
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Como el amigo de su sobrino

A Jacob Sartorius, de 16 años y de Oklahoma (EE UU), el tiempo le ha cundido: tiene tres epés y un cuarto en camino, aunque ayer solo reunió a 700 personas en la Riviera

La vida, a los 16 años, suele ser atolondrada y maravillosa. En el caso de Jacob Sartorius intuimos que será, además, un purito vértigo. En realidad, este muchachuelo rubiejo de Oklahoma no alcanzará esa mayoría de edad penal hasta octubre, pero el tiempo le ha cundido, por obra y gracia de la viralidad, como para exhibir un currículo mareante: tres epés y un cuarto en camino, portada en Billboard, 9,2 millones de seguidores en Instagram, tres millones de suscriptores en YouTube... Otra cosa es que la realidad virtual y la que transcurre a pie de calle presenten siempre el mismo aspecto. El famosísimo acaparador de hashtags se conformó con reunir ayer a 700 seguidores en La Riviera, en su estreno madrileño, suponemos que porque ni los martes de instituto ni esta primavera ausente son buenos aliados para animar a los papás a que ejerzan de buenos samaritanos y salgan de casa.

Sartorius y su casi tan joven batería presumieron de la larga lista de ciudades que ya han visitado, inalcanzable para el común de los mortales. De Madrid les quedará, si acaso, el recuerdo de una parroquia con amplísima mayoría femenina, pulmones de capacidad envidiable y casi tantos asistentes como móviles surcando los cielos e inmortalizando cada pestañeo. Habremos de descontar en esas lides a las madres y algunos padres relegados a una sufrida resignación.

Jacob es un chavalillo diminuto que luce vaqueros deshilachados, zapas deportivas y una sudadera con la capucha escondiéndole la cabeza (pero no los mofletes sonrosados) hasta medio concierto. Como cualquier amigo de su sobrino, vaya, solo que él ha desarrollado un desparpajo precoz, salta mucho y exhibe una voz aún aniñada, pero sin fisuras. El problema de este pop adolescente es que no se plantea probar nada que no suene prefabricado, sintético, tan sujeto a la escuadra y cartabón que es tan difícil repudiar una canción como preferirla a la siguiente.

Hay algunos contratiempos rítmicos simpáticos en Hit me Back, poses chuletas y urbanas para Popular Girls, versiones de Jesse McCartney o Lauv y hasta una balada de taburete (sin mayúscula), Last Text, para recolectar sus buenas centenas de suspiros desaforados. Pero poco más. Aparte del batería, un guitarrista-teclista toca algo y dispara a destajo sonidos pregrabados, porque las habilidades del protagonista con la guitarra son aún, ejem, de primer curso por correspondencia. Casi es mayor la presencia en escena de un fotógrafo, también rubísimo y jovencísimo, que no para de disparar. Catorce canciones y 55 minutos después, a las nueve de la noche, había acabado todo. No se fíen: en este universo instagramizado, a este hábil émulo de Justin Bieber le seguirá sonriendo la fortuna. Y cuando crezca será juguete roto o alentadora sorpresa.

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