Dos británicos y un danés
Obras de Adès, Walton y Nielsen en un interesantísimo programa de la OSG
La vuelta de Dima Slobodeniouk al podio de la Orquesta Sinfónica de Galicia ha supuesto un nuevo chorro de aire fresco. El titular de la orquesta gallega ha firmado un programa con tres obras escritas en el siglo XX pero de muy diferentes estilos y factura: las Danzas de Powder her face, de Thomas Adès; el Concierto para violonchelo de William Walton y la Sinfonía nº 4, ‘Lo inextinguible’, op 29 de Carl Nielsen.
Las tres danzas de Adès constituyen la primera de las dos suites que su autor ha realizado a partir de la ópera del mismo nombre. Un breve pero significativo resumen sinfónico del estilo y espíritu un tanto satírico de la obra, que Slobodeniouk y la Sinfónica llevaron a buen puerto con una idónea interpretación.
Una obertura de aire desenfadado y un vals absolutamente descreído de la pomposa solemnidad vienesa marcaron la personalidad de la obra de Adès antes de la danza en continuidad que supone su final. La riqueza tímbrica lograda contribuyó grandemente a marcar el carácter de la obra.
La versión que Nicolas Aldstaedt, la OSG y Solobodeniouk hicieron del Concierto para violonchelo de Walton demostró por qué la obra era el concierto instrumental preferido de su autor entre los tres que escribió. El gran sentimiento con que lo abordaron permitió resaltar toda la gran delicadeza de los pasajes más líricos. El diálogo del chelo con los distintos solistas de la orquesta fue una auténtica demostración de buen hacer y sensibilidad compartida.
La versión de Aldstaedt brilló, oscilando entre los pasajes más comprometidos técnicamente –a destacar en este sentido la fiereza que por momentos llega a alcanzar la cadenza del segundo movimiento- y los de mayor lirismo. Slobodeniouk marcó un acompañamiento orquestal que enmarcó idóneamente la interpretación del solista.
“Lo inextinguible”, sobrenombre que el propio Nielsen dio a su Sinfonía nº 4, era para su autor la voluntad de vivir del ser humano. Esta definición fue guía en todo momento de la versión de Slobodeniouk con la Sinfónica: un continuo fluir de música llena de los contrastes dinámicos de la partitura, en todo semejantes a las dificultades que cualquier ser humano encuentra para la realización de sus proyectos vitales.
La orquesta respondió como es habitual en los momentos de máxima exigencia, con grandes intervenciones solistas y seccionales y unos tutis de referencia, tanto en los pasajes en forte o fortísimo como en los de mayor transparencia y delicadeza. La “batalla” entre los dos juegos de timbales -bien alejados entre sí, como demanda la partitura- pudo reflejar los momentos de terrible tensión derivados de la I Gran Guerra. Hay que tener en cuenta en este sentido que la obra fue estrenada en 1916, justo en la época central de la que habría de pasara a la Historia como Primera Guerra Mundial.
La interpretación fue muy bien apreciada por el público del Palacio de la Ópera, que despidió a sus ejecutantes con una larga, calurosa y bien merecida ovación. El público fue claramente inferior en buen número al de la primera parte. Quienes abandonaron la sala tras el descanso se perdieron buena parte de lo mejor de un concierto extraordinario en más de un aspecto.
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