El bagaje y la escasez de munición
El excantante de Oasis no acaba de encontrar su sitio en solitario, pese a la predisposición de un público eufórico
El bueno de Liam Gallagher está medio desconocido. Transita el de Manchester por los 45 otoños y lleva más de la mitad de su vida encaramado a los escenarios, pero el hombre que se nos plantificó anoche en La Riviera parecía un caballero razonablemente modoso y buenecito, puntual como un amanecer, muy alejado del niño terrible y problemático al que él mismo no tuvo inconveniente en acostumbrarnos. Será eso de la madurez, que es un proceso más natural que terrible, pero cuesta encajar el retrato robot de la "estrella del rock and roll", primera pieza de la noche, con ese hombre que luce un cortavientos amarillo, tal que si le tuviéramos recién llegado de la lonja. Y que ahora, en pleno proceso de transformación, hasta se nos ha dejado barba.
Gallagher arranca sobre territorio seguro, aun a costa de conceder derechos de autor a su aborrecido hermano, y al tema inaugural le sigue el no menos infalible Morning glory, acogido con alborozo de brazos, móviles en incandescencia y las voces gregarias de "Liam, Liam" en una sala expectante, militante y nuevamente abarrotada. El porte chulesco no remite con Greedy soul, su primer y muy potable tema propio de la noche, con batería asilvestrada. Pero tampoco cesa el deje 'lennoniano', tan acentuado que a ratos resulta caricaturesco. Ni el sonido sucio, decepcionante durante al menos la primera media hora; embarullado no por actitud sino por puro desaliño a la hora de ecualizar.
Es curioso, pero el primer disco de Liam Gallagher enteramente en solitario (As we were), tras la gloria y declive de Oasis y el permanente fiasco de Beady Eye, se ha acabado acogiendo con satisfacción no por su brillantez..., sino por ser aceptable, o presentable, o más o menos decente. Es decir, porque en alguna medida todos temíamos un descalabro. A Liam parece servirle el diagnóstico: sigue siendo buen intérprete, claro, pero además se defiende en su creciente tarea compositora y, para mayor dicha, el casi simultáneo álbum de su hermano Noel no está muy claro que lo mejore. Y a esta fraternal pareja irreconciliable nada le produce tanto gustirrinín como incomodar al otro. La pregunta es si alguien habría reparado en As we were sin el bagaje previo de su firmante. Y la respuesta es tan indemostrable como inquietante.
Liam conserva su inconfundible tic de las manos a la espalda, una pose displicente y contrahecha que a ratos disimula agitando alguna percusión, y añade un extraño y gigantesco cartel con las palabras "Rock 'N' Roll" en mitad del escenario, como si temiera que le confundiésemos con cualquier otra cosa. Beady Eye ha desaparecido del mapa, directamente, y nadie llorará su ausencia. Pero el desequilibrio entre el cada vez más añejo legado de Oasis y el nuevo material solista es considerable. Paper crown se confirmó como un hábil tiempo medio con guitarras acústicas y For what it's worth también resiste las enmiendas, pero nada pasará a los anales. Y menos aún medianías como Wall of glass o la soporífera You better run, copias de copias que nadie demandará en ningún concierto dentro de un par de temporadas.
Para el final regresamos a terreno abonado, con cuatro clásicos de Oasis, la totémica Wonderwall justo antes de los bises y Live forever para regresar contentos a casa. El menor de los hermanos mancunianos economiza esfuerzos con sus 71 minutos pelados, y puede que no debamos atribuir los recortes a la racanería, sino a la escasez de munición. Ese es el contrapunto del bagaje: a Liam le sostiene su pasado conflictivo y resultón, pero mientras tanto pugna por salir de un laberinto del que no parece encontrar la salida. Ni siquiera en una noche de viernes, alcohólica y desinhibida, propicia para la indulgencia.
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