El instinto del histrión
El veterano John Watts demuestra en El Sol que su discurso le hace eternamente joven
Ya no confiábamos mucho en ver a Fischer-Z en directo. Sincerémonos: hacía siglos que no los escuchábamos. Pero resulta que el británico John Watts ha seguido a lo suyo; y lo suyo estaba, y sigue estando, la mar de bien. Su visita del viernes a la sala El Sol, repleta y atenta (salvo los charlatanes de guardia) con expectación de noche grande, fue sorpresa y regalo. Watts proviene de esa mágica transición entre los setenta y los ochenta, cuando la new wave declaró la supremacía de los tres minutos como unidad de medida. Y en esas anda, incluso ahora. Sin difuminar su perfil estrafalario, que en escena acentúa con sombrero, pantalones a cuadros y aspavientos diversos. Pero suministrando recetas adictivas con esa voz aguda y sardónica que no se resiente del azote de los años.
Cualquier lector cercano a los 50 asociará las píldoras proteínicas de Fischer-Z con sus fiestorros de juventud. The worker propició ese primer momento de euforia cómplice, refrendada luego con la impagable So long, la macarrónica Limbo o el pellizco mordaz de Pretty paracetamol. Pero Watts tampoco se privó de ponernos al día con su entrega más reciente, Building bridges, que exhibe una musculatura casi olímpica. La de la impecable So close o la muy contagiosa Wild wild wild wild.
Jóvenes y añejos no dudaron en desgañitarse llegados a Marliese, una complicidad intergeneracional que se trasladaba al escenario: es seguro que ni el teclista (tan inspirado en los aullidos chillones de los Attractions o The Rumour) ni el excelente bajista habían llegado a este mundo cuando los primeros elepés de Fischer-Z vieron la luz. La excelencia, que acaba perdurando. Watts ha sabido chapotear entre Talking Heads, XTC, Billy Bragg (The perfect day) o, en los pasajes más jamaicanos, The Police. Pero su instinto de histrión permanece intacto. Ahí donde le ven.
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