Sesgos cognitivos
En la crisis catalana se han producido errores de percepción que han llevado a una interpretación equivocada de la realidad
La polarización extrema a la que se ha visto abocada la sociedad catalana hace que todo cuanto acontece gire en torno a la pugna entre dos bloques antagónicos articulados en torno al eje identitario. Esta polarización extrema es una situación muy favorable a que operen los llamados sesgos cognitivos. Se caracterizan por una alteración en los mecanismos de procesamiento de la información que afecta a la percepción de la realidad. Dicho de otro modo: un sesgo cognitivo es una interpretación errónea de la información disponible. Fue Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía en 2002, autor de Pensar lento, pensar rápido, quien en los años setenta profundizó por primera vez en sus consecuencias al observar que en muchas ocasiones, las percepciones y decisiones de personas supuestamente juiciosas se alejaban de lo que sería esperable si aplicaran una lógica racional. Desde entonces, son muchos los trabajos publicados sobre cómo operan los sesgos cognitivos, entre ellos los del prolífico Michael Shermer, editor de la revista Skeptic.
A poco que nos paremos a observar, veremos cómo algunos de estos sesgos han tenido y tienen un papel importante en la actual coyuntura política. El principal es el llamado sesgo de confirmación. Consiste en la tendencia a aceptar sin pruebas lo que coincide con nuestras creencias y poner en cuestión lo que las contradice. Los afines al PP creerán más fácilmente que no hubo brutalidad policial el 1-O y que en realidad fueron los separatistas (el léxico es importante) los que ejercieron violencia contra las fuerzas de seguridad. En el otro lado, los partidarios de la independencia tenderán a pensar que las cargas policiales fueron tan brutales como la represión franquista. La expectativa de que los propios seguidores creerán antes la versión propia que la ajena lleva a muchos líderes a forzar la interpretación de la realidad hasta extremos inverosímiles.
Otra importante fuente de distorsión es la tendencia a aplicar patrones predeterminados. Shame dice que es más cómodo creer que no creer, por eso tendemos a aplicar esquemas previos a las nuevas situaciones. A lo que hay que añadir la el sesgo de anclaje, un prejuicio cognitivo por el que tendemos a dar mayor peso a la primera versión que recibimos de algo. De ahí las energías que los spin doctors de los partidos dedican a distribuir argumentarios y consignas ante cada nueva coyuntura. Se trata de crear un marco conceptual propicio para que más tarde cualquier conducta del adversario pueda ser interpretada según ese patrón. Por ejemplo, que cualquier decisión del Gobierno de Rajoy sea vista como facha o franquista, y todo lo que venga del independentismo como antidemocrático y hasta nazi.
A veces este sesgo opera en sentido contrario: ver patrones donde no los hay. Es lo que hace plausibles las teorías de la conspiración. Mientras el gobierno se parapeta y nos advierte (buscando un sesgo de confirmación) contra posibles ataques de hackers vinculados al soberanismo, ERC anuncia recuentos paralelos para abonar la idea de que el Gobierno puede hacer trampa en el recuento electoral. Si luego los resultados no son los esperados, es muy fácil caer en la teoría de la conspiración.
El sesgo de observación selectiva pudo jugar un papel importante a la hora de hacer creer a muchos independentistas que “toda Cataluña” estaba con ellos. Es el sesgo que hace fijarse más en las banderas que hay en los balcones, que en los balcones que no tienen bandera. O a interpretar el ruido de las cacerolas como un estado generalizado de opinión, simplemente porque el silencio de los contrarios no se oye.
El sesgo de autojustificación acompañado del sesgo de retrospectiva nos protege de los errores cometidos y permite justificar conductas del pasado que han resultado fracasadas. Visto a posteriori, ha sido fácil para muchos independentistas concluir que no tenían fuerza suficiente para imponer una declaración unilateral de independencia, y lo han asumido de una forma muy indulgente. Pero es evidente que muchos lo creyeron porque cayeron en el sesgo del autoengaño. Y también en el sesgo de autoservicio, por el cual se tiende a sobrevalorar los datos más favorables a la propia causa y desdeñar los adversos. O el sesgo de representación que tiende a atribuir significado a hechos o datos que en realidad no lo tienen.
Podríamos continuar con otros sesgos igualmente distorsionadores. Es evidente que en la crisis del conflicto catalán ha habido muchas interpretaciones erróneas de la realidad. Ahora, el mayor riesgo es que cada una de la partes caiga en el supersesgo: el de creer que es el otro, y solo él, el que incurre en todos esos errores de percepción.
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