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POP Perfume Genius

El dolor puede ser tan bello

Mike Hadreas asombra en su debut madrileño con un repertorio que sangra y emociona a la vez

Mike Hadreas, conocido como Perfume Genius.
Mike Hadreas, conocido como Perfume Genius.

Mike Hadreas es un hombre menudo, escuchimizado, que inspira casi más fragilidad que ternura. Pero en el interior de su cuerpo ligero se desata con intensidad creciente el rugido de un auténtico volcán. El debut madrileño de Perfume Genius, el alias artístico del extraordinario creador estadounidense, (que acaba de ser nominado a los Grammy) supuso este lunes en la Joy Eslava un ejercicio de pasión y catarsis, el sometimiento precoz a una tormenta inesperada. Porque Hadreas sugiere dulzura pero encierra tanta pasión como sufrimiento. Y el desconcierto acaba apoderándose del oyente, entre otras cosas porque rara vez podemos certificar con tanta nitidez que tanto dolor puede resultar realmente bello.

El autor de No shape, uno de los álbumes más decisivos de este 2017, compareció con una escueta camiseta blanca de tirantes, extremadamente delgado y diminuto, inmerso casi siempre en difíciles ejercicios de contorsionismo que resultaban más inquietantes que sensuales. Y es llamativo que el arte de Perfume Genius abarque tantos recovecos cuando parece economizar en medios (teclados, bajo, batería) y en ambiciones. No podemos dejarnos llevar por primeras impresiones engañosas: el de Washington posee una voz angelical, pero siempre ensombrecida por alguna forma de escozor. Por eso sus temas nacen con una solemnidad pomposa, mágica, realmente bella. Por eso los teclados se erigen con resonancias casi catedralicias, igual que esas armonías vocales ocasionales, pero asombrosas.

Los cerca de medio millar de espectadores respondieron con ese silencio sepulcral que acompaña a los grandes acontecimientos, sabedores por una vez de que Perfume Genius sabe hacer de cada recital una experiencia única e innegociable. Es difícil encuadrar a Hadreas en un único perfil, porque tan pronto parece la versión gay de George Michael (cuando al bueno del griego le tomábamos por hetero) como un pupilo avezado de Antony Hegarty o un experimentador vocal al que le hubieran regalado algún disco de Diamanda Galás. Hubo en el tramo central del concierto un pasaje oscuro, experimental, espeso como una humareda, receptivo al grito desgarrador. Hadreas se comportaba tal que un animal ruidoso y arrebatado por la rabia; aterrador y excitante a la vez. Y el silencio, en esos momentos, estremecía aún más.

La tanda regular concluyó con Slip away, soberbio primer sencillo del nuevo álbum, y la velada remató con aún media docena de propinas, muchas de ellas con Hadreas solo frente al teclado y luchando sin perder la compostura contra un cable rebelde que no dejaba de chisporrotear. No importó: la apoteósica Queen, otra vez con la banda al completo, sirvió como catarsis brutal. Como el gran pellizco definitivo.

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