Frases de cine
Mientras los guionistas escriben ocurrentes diálogos, vivimos la vida sin apuntador
Acostumbramos a ir por la vida sin guionista... y así nos va. Nunca tenemos a punto la frase que deberíamos decir, la réplica ingeniosa o el sarcasmo elegante. Y tampoco encontramos a una dama que nos enseñe a silbar (“ya sabes, junta los labios y sopla”, le decía Lauren Bacall a Humphrey Bogart) o viceversa. Es prácticamente imposible que la estancia en una barra de bar, a solas con un bourbon, termine con una compañía agradable. Ni tan siquiera es verdad aquello que se decía en Café Society (Woody Allen) de que la vida es una comedia escrita por un escritor sádico. La vivimos sin apuntador.
Maurico Bach ha recopilado en un libro (Dímela otra vez, Sam, Tbeditores) algunas de las frases, célebres y no tanto, que se han dicho en el cine. Las hay del gánster para anunciar educadamente a la víctima su asesinato; del amante despechado o del ciudadano cabreado. Una que no recordaba es la del columnista, crítico y asesino incompetente de la magnífica Laura (Otto Preminger). El señor Waldo Lydecker dice de sí mismo que no escribe con bolígrafo, “uso una pluma de ganso mojada en veneno”. Más directo era Anthony Hopkins en El silencio de los corderos: “Uno del censo intentó hacerme una encuesta. Me comí su hígado acompañado de habas y un buen chianti”.
Las buenas frases no es preciso que estén en una gran película. “Si no puedes ser poeta, sé poema” se decía en un capítulo de Kung-Fu. Y de Wall-E es muy citada : “Yo no quiero sobrevivir, quiero vivir”. En casos muy singulares, dos frases del mismo filme pelean para alcanzar la gloria. En Lo que el viento se llevó, quizás es más famosa la proclama de Scarlett O’Hara (“A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre”) pero la de Rhett Butler cuando Scarlett le pregunta qué hará ella si él se va…no tiene desperdicio: “Francamente, querida, me importa un bledo (damn)”. Una frase que peligraba en censura y para la que se habían preparado alternativas menos feroces. Al final, sin embargo, pudo escucharse. En España, en cambio, la frase fue suavizada en el doblaje (Francamente, querida, eso no me importa”).
Alfred Hitchcock explicaba que si él adaptara La Cenicienta al cine, “todo el mundo estaría pendiente de que apareciera un cadáver”
Donde sí intervino la censura fue en Viridiana, de Luis Buñuel. Una intromisión que propició una frase de gran malicia. La escena original mostraba al primo de la monjil Viridiana, Jorge, abriéndole la puerta de su estancia y cerrándola tras ella. No pudo ser y Buñuel se inventó otra escena. En él se veía a Jorge, la criada Ramona y Viridiana jugando a las cartas. “No me lo vas a creer, pero la primera vez que la vi me dije, “Mi prima acabará jugando a tute conmigo”, comenta Jorge en una camuflada alusión a un feliz trío que los censores no detectaron.
Para quien busque muletas para ir por la vida, en Internet Movie Database la ficha de infinidad de películas lleva alguna que otra cita, una selección tan abundante como poco exigente. Pero siempre hay que tener presente aquello que dijo, se supone, Joseph L. Mankiewicz. Que la diferencia entre una película y la vida es que en las películas el guion ha de tener sentido y la vida, no.
Pero este tipo de recopilatorios no atienden solamente a lo que han dicho los personajes de las películas. Uno distinto es el de Jamie Thompson Palabra de cineasta, que Gustavo Gili ha editado este año. Escritora y asesora de guiones, Thompson se ha fijado en las “citas, ocurrencias y píldoras de sabiduría” que alguna vez han soltado los propios cineastas. La autora está convencida de que a los directores hablar del proceso de creación de sus filmes les gusta tanto como rodarlos. Frank Capra, por ejemplo, hizo una curiosa comparativa del poder del cineasta: “No ha habido santo, ni papa, ni general, ni sultán que tuviera el poder de un director de cine: pasarse dos horas hablando en la oscuridad a cientos de millones de personas”. Otros se miraban a sí mismos con menos empaque. Alfred Hitchcock explicaba que si él adaptara La Cenicienta al cine, “todo el mundo estaría pendiente de que apareciera un cadáver”. Tampoco Billy Wilder, cuando hablaba de su oficio, endulzaba la descripción: “El director tiene que hacer de policía, de comadrona, de psicoanalista, de pelota adulador y de cabronazo”.
Hay un sector del gremio que, aparentemente, no está para bromas. David Fincher, un caso, manifiesta que le gustan las películas “que dejan cicatrices” y cuenta que después de ver Tiburón no ha vuelto a nadar en el mar. Quentin Tarantino, cansado de tener que justificar la violencia de sus películas, lo explicó sin muchos preámbulos: “Está claro que mis películas son jodidamente intensas. Pero así son las películas de Tarantino. La gente no va a ver un concierto de Metallica para pedirles que bajen el volumen”. Las metáforas sobre qué es rodar un filme no siempre son delicadas. Warren Beatty hablaba de vomitar y Fellini comparaba una película con una enfermedad que se expulsa del cuerpo. Quizás no son brillantes hallazgos verbales, pero ya se sabe… nadie es perfecto.
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