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Un lugar donde se presta música

La biblioteca Víctor Espinós, que se abrió en 1919, ofrece un sistema de préstamo de instrumentos a domicilio y dispone de cabinas para ensayar

La biblioteca musical Víctor Espinós, la única en Madrid en que en lugar de libros la gente alquila instrumentos.
La biblioteca musical Víctor Espinós, la única en Madrid en que en lugar de libros la gente alquila instrumentos.Álvaro García

El centro cultural Conde Duque dispone en su interior de una biblioteca donde no reina el silencio, sino que los sonidos de diferentes instrumentos son la melodía que se escucha a todas horas. La biblioteca musical Victor Espinós surgió por iniciativa del propio musicólogo en 1919, debido a que observó que mucha gente quería estudiar música pero no disponía de los medios suficientes, por lo que le pidió a sus amigos de la aristocracia que donaran partituras e instrumentos para la causa, según cuenta Araceli Turina, jefa de división de la biblioteca.

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Los usuarios de este servicio, además de poder documentarse con las obras completas de Mozart o copias manuscritas de partituras de hace dos siglos, pueden utilizar las cabinas de ensayo, en las que se toca el piano o el clarinete, entre otros, durante un tiempo determinado (con reserva previa). Además, aquellos que lo deseen pueden acceder al servicio de préstamo de instrumentos y llevarse un violín, una viola, un violonchelo o una guitarra para ensayar desde casa.

“Esta biblioteca es al mismo tiempo pública y especializada y fue pionera en Europa porque la siguiente de este tipo que se fundó no fue hasta 1921 en Colonia. Normalmente todo lo que se publica sobre música intentamos comprarlo, hay desde música clásica hasta flamenco, pop o rock”, explica Turina. Tras ella, se sitúan en hilera multitud de estanterías, donde se puede encontrar un antiguo catálogo impreso de rollos de pianola, monografías de canción popular española, biografías de cantantes o lo último sobre los temas musicales que suenan en la popular serie de Netflix Breaking Bad.

Sobre el servicio de préstamo, Turina asegura que es muyantiguo y que data de 1932. “En aquel momento Espinós volvió a pedir ayuda a sus amigos aristócratas para que donaran instrumentos y así se consiguió comenzar con esta práctica”, dice. La biblioteca dispone de instrumentos de cuerda de varios tamaños en función de las edades y los préstamos habitualmente son por seis cursos consecutivos, que es lo que habitualmente dura el estudio de un instrumento, según la bibliotecaria. A su vez, en el segundo piso del edificio se sitúan las cabinas de ensayo, colocadas en un largo pasillo y con un cartel informativo en cada puerta sobre lo que se puede tocar en el interior (hay salas para contrabajo, cuartetos de cuerda o violonchelo, por ejemplo).

Un usuario habitual de este lugar es Enrique Sanz, un experito industrial de 83 años que está jubilado y practica con el piano. “Soy autodidacta, no tengo idea de música pero he cogido tal afición que si esto me falta algún día todo se volverá un desastre. Normalmente toco música clásica pero a veces también partituras más modernas”, cuenta. Sanz utiliza audífono, lo que reconoce que le limita y le añade dificultades, pero él se esfuerza en acudir a las cabinas tres días a la semana para practicar con el instrumento durante una hora y media. “Este lugar es como mi segunda casa”, cuenta entre risas.

En otra de las puertas del largo pasillo de cabinas, la del piano, se encuentra la dominicana Alfonsina Isidor. “La biblioteca ha sido como un hogar para mí, la música es una parte fundamental de mi vida. Este lugar te da la oportunidad de conocer a más gente que comparte tus aficiones y en mi caso yo encontré estudiantes a los que impartir clases de piano”, cuenta.

Tras terminar sus estudios de piano durante nueve años en su país, en 2014 Isidor llegó a Madrid, pero cuenta que en España no disponía de piano y no podía comprarse uno porque “los buenos pueden costar perfectamente 50.000 euros”. Debido a esta dificultad y a la casualidad de haber conocido a un artista dominicano que había sido usuario de la Víctor Espinós, Isidor se enteró de la existencia de las cabinas y actualmente acude a practicar tres veces por semana.

En la cabina de clarinete, Andrés Rojas coloca sus partituras poco a poco. Su relación con la música, según cuenta, comenzó desde muy pequeño porque sus padres son cantantes de ópera. Desde hace dos años y medio es usuario de la biblioteca, lugar que conoció a través de un amigo. “Muchos conservatorios tienen escasas cabinas de estudio y hay pocos que abran las instalaciones en verano para estudiar en condiciones. Que haya esto es súper productivo para mí”, comenta orgulloso.


La historia perdura

La Víctor Espinós, además de dar servicio a los usuarios, esa la vez una especie de muestrario en el que se expone una colección patrimonial de objetos musicales. Según cuenta Araceli Turina, la encargada de división del lugar, una parte importante de los instrumentos procede de la época en la que Víctor Espinós pidió donaciones, y muchos de ellos son etnográficos y otros raros a los que no se les daba salida.

“No todos están expuestos porque nos falta sitio. Una de nuestra joyas es el piano madrileño de la marca Ricardo Rodríguez, procedente de las fábricas de pianos que hubo en España a finales del siglo XIX y principios del XX”, afirma Turina. Además, a lo largo de las instalaciones los usuarios también pueden disfrutar observando una pianola elaborada en Estados Unidos en 1896, una melodina del siglo XIX , un piano de mesa de 1855 recién restaurado u otro de kaoba que se ha usado recientemente para conciertos en la sala polivalente del centro.

Los usuarios parecen encantados con la actividad que se desarrolla en el lugar, y así lo dejan por escrito en el tablón de anuncios que está en la entrada. “Muchas gracias por estos 85 años”, “Gracias por alcanzarnos la música” o “Que esto siga para siempre”, son una buena muestra de ello.

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