Esa facilidad de Barcelona para echarse a la calle
Los barrios salieron masivamente hace 25 años a recibir la antorcha que ayer volvió a recorrer la ciudad
Llegó a Barcelona tras recorrer 652 municipios de 17 comunidades autónomas, en total, más de 6.000 kilómetros y 9.500 relevistas. Fueron personajes conocidos en sus localidades: deportistas, empresarios, concejales, artistas…, en general corriendo emocionados y arropados por la ciudadanía. Pero en ningún lugar como en Barcelona. Los últimos 45 kilómetros de recorrido de la antorcha olímpica, que pasó por todos los distritos, desataron la locura durante siete horas la víspera de comenzar los que todavía pensamos que fueron los mejores Juegos de la Historia.
La antorcha diseñada por André Ricard, de aluminio, acero y cuero, concentró a su paso a centenares de miles de personas. Tantísimas que en algunos tramos avanzaba con dificultad. Ciutat Vella, donde se repartieron estelades entre el público; Sant Andreu —¡30.000 personas abarrotabgan los alrededores de la plaza de Orfila!—; la Meridiana; el Eixample, con la Sagrada Família como punto álgido; Gràcia, Sarrià, Les Corts, Sants…
Eran las seis de la mañana cuando la llama llegó al Ayuntamiento para dormir en el Saló de Cent. Y pese a la hora intempestiva, más de un millar de personas la esperaban en la plaza de Sant Jaume. Al día siguiente, 12.000 personas guardaron cola ante la Casa Gran para contemplar la llama olímpica antes de salir de nuevo hacia el estadio Olímpico para la ceremonia de inauguración.
Con el recorrido de la antorcha, Barcelona mostraba de nuevo esa facilidad que tiene para echarse a la calle. Para recibir, para celebrar, para reivindicar, para protestar. Uno de los últimos ejemplos lo tenemos este mismo invierno, cuando la capital catalana clamó para acoger refugiados en una marcha que congregó a 160.000 personas, dejando boquiabiertas a otras ciudades. O en las manifestaciones del No a la Guerra (febrero de 2003), con más de un millón de personas desbordando el centro; el millón de personas que salió para mostrar su repulsa por el asesinato de Ernest Lluch por parte de ETA en noviembre de 2000. Como centenares de miles de personas, llegadas de toda Cataluña, congrega cada año la Diada desde que comenzó el proceso independentista en 2010. Y no solo protestas, también los Reyes congregan anualmente centenares de miles de personas la noche del 5 de enero; o las que acuden a ver el Barça cada vez que gana un título; o la gente que participa en los actos de la fiesta mayor, La Mercè.
Ayer la antorcha hizo el recorrido inverso: del palacete Albéniz hasta plaza de Catalunya. La primera relevista fue Elisabeth Maragall, sobrina de Pasqual Maragall, el entonces alcalde de Barcelona, el alcalde de los Juegos. Maragall está enfermo y, en un guiño, el Ayuntamiento pensó en Elisabeth, que ganó el oro en hockey sobre hierba en 1992, para homenajearle. Tenía 21 años y de hecho, marcó el gol del oro. Ayer fue un día intenso para la primera relevista: muchas entrevistas por la mañana, mucho trabajo a mediodía y emoción.
“Fue una suerte vivirlo”
“Será muy emocionante, como lo fueron los Juegos, la medalla, jugar en casa… fue una suerte enorme vivirlo”, repetía quien se apuntó de voluntaria cuando Barcelona fue designada sede de los juegos. “Luego tuve que avisar de que participaría no podría ser voluntaria”, dice. Elisabeth Maragall recuerda también la entrada en el estadio Olímpico el día de la ceremonia de inauguración con la delegación española. “Yo entre los atletas, mis hermanas de voluntarias y mi madre y su marido en la grada”, evoca. 25 años después sigue reuniéndose con sus compañeras de la selección y, tras un tiempo sin coger el stick, ha vuelto a jugar a hockey hierba. Ayer tomó el relevo de la antorcha de la mano de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, en el Palacete Albéniz para dirigirse de nuevo al Estadio en un homenaje a la família olímpica en la que los mayores aplausos se los llevó su tío.
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