Momia y oro
La artista Lucía Vallejo reflexiona sobre la enfermedad y el paso del tiempo en La Fragua de Tabacalera


Las momias levitan, ingrávidas, en el destartalado espacio industrial. En el aire flota también el misterio, lo sagrado, cierto recogimiento, silencio ceremonial, no se sabe si nos adentramos en un museo de antropología, en una cámara funeraria egipcia o en una secuencia de una película de terror. Las once momias femeninas, objetos independientes del transcurso temporal, dejan atrás sudarios de oro arrugados y fantasmales. Dualismo: las primeras representan lo transcendente, los segundos, lo terrenal, lo que se queda atrás. Hay tentación de mirar el reloj, por si se ha parado.
En la instalación Memento mori, en La Fragua de Tabacalera (Embajadores, 51), hasta el 11 de junio, la artista Lucía Vallejo Garay (Bilbao, 1975), siempre interesada por la muerte (su primera pieza fue una calavera), reflexiona sobre la enfermedad y el paso del tiempo, bajo el comisariado de Carolina Díaz Amunarriz. "Memento mori" es el latinajo que nos recuerda que vamos a morir, pero también, según la artista, que antes del ineludible momento final hay toda una experiencia vital que aprovechar. Al contrario que los faraones egipcios, que eran enterrados con sus valiosos tesoros y pertenencias para el viaje al otro mundo, Vallejo propone fluir libre dejando atrás todo lo material. La antinomia de la momia: la "antimomia".
El tema del paso del tiempo, el tempus fugit, y la certeza de la muerte, son constantes en la historia del arte, sin embargo, solemos habitar sociedades en las que la muerte es tema tabú, en las que vivimos el día a día como si fuésemos eternos. Vallejo propone aquí vivir con la conciencia de la propia finitud, pero no atenazados por el miedo y la incertidumbre, sino valorando como se merece cada segundo de esta extraña existencia que se nos ha dado sin manual de instrucciones.
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