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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La épica, la historia, otra vez

El gobierno es como una productora de eventos, Catalonia Productions, que nos hace vivir una ficción como si fueran hechos reales

Lluís Bassets

Cuando el proyecto político hace aguas, echamos mano de la épica. Declaraciones, firmas solemnes y fotos para el álbum de la historia sustituyen a ideas, estrategias y decisiones factibles. En vez de un gobierno tenemos una productora de eventos, Catalonia Productions, que hace vivir en el plano de la verdad fabricada lo que en el plano de los hechos es pura ficción. Otra vez hacemos historia, el mundo nos mira y anunciamos el voto de nuestras vidas, del que se acordarán hijos y nietos dentro de muchos años cuando vuelvan la vista atrás hacia los tiempos en que el país se hallaba sometido. Los únicos efectos seguros se verán en el Museo de Historia de Cataluña, donde podrán ingresar nuevas colecciones de fotos, documentos y plumas estilográficas.

Nada sucede por primera vez en esta ya larga historia de cinco años. Todo tiene un antecedente o un primer ensayo. Hay declaraciones, firmas y fotos que parecen clones de las fabricadas hace tres años, cuando se produjo el primer intento, o hace dos cuando las elecciones que iban a ser plebiscitarias. ¿O aquel primero ya fue el segundo, si contamos que todo se había ensayado en una versión menor en 2012, en las primeras elecciones anticipadas con las que Moisés iniciaba la marcha hacia la tierra prometida?

La sustitución de la acción política por la imaginación propagandística no significa, ni mucho menos, que todo sea propaganda y realidad fabricada sin causas conflictivas reales ni consecuencias. Es exactamente lo contrario. La intención es que finalmente los hechos se produzcan, inducidos desde la realidad virtual, aunque sean al menos por efecto reactivo de una respuesta contundente del adversario, el "Estado enemigo", que desborde el actual equilibrio y produzca esa realidad rupturista tan deseada como hasta ahora ausente.

Llevan razón los panegiristas del Procés: no hay suflé, no es una broma ni un capricho de unos dirigentes excéntricos o alocados, esto va en serio. Al menos en la intención de sus dirigentes y en la voluntad política de las fuerzas que representan. Otra cosa es que existan las condiciones para que se salgan con su propósito y hayan hecho concienzudamente sus deberes. No ha sido así, al menos hasta ahora. Solo para empezar, no han demostrado tener muy buen ojo al evaluar las propias fuerzas y las del adversario, al activar las posibilidades de ensancharlas y apoyarlas en alianzas y amistades exteriores, españolas e internacionales, y lo que es más importante al calibrar la capacidad de esfuerzo y de sacrificio por parte de la población que se pretende movilizar.

Los escenarios rupturistas suelen fallar por este flanco. Romper la legalidad, aunque sea de forma homeopática, como parece ser el caso, estrecha el camino de los apoyos, dentro y fuera. Hay una contradicción, con frecuencia insalvable, entre la intensidad de un movimiento, que exige rigidez y disciplina, y la extensión que quiere abarcar, que demanda ideas más imprecisas y objetivos más laxos y fáciles de alcanzar. La fe reduce el alcance mientras que la esperanza lo ensancha, pero la primera exige dogmas --fechas precisas-- mientras que a la segunda le bastan horizontes optimistas.

Los datos en mano no son muy alentadores. La fe se mantiene pero cada vez es más compacta y constreñida al amplísimo núcleo militante, mientras que la esperanza afloja entre las amplias masas, a las que se les hace difícil creer que se cumplirán los objetivos y sus plazos. De ahí el regreso del espectáculo, que es una forma de liturgia, como es sabido el lenguaje plástico con que se avivan las virtudes teologales, y específicamente las dos más necesarias ahora que son la fe y la esperanza, dando por sentado que la tercera, la caridad, el amor, que en este caso es a la patria, se halla ya en plena incandescencia.

Hay una enorme fatiga soberanista que se evidencia en el estancamiento de la oleada, registrada por las sucesivas elecciones, pero sobre todo en la incapacidad movilizadora que suscitan las atrocidades cometidas por el Estado. Las sonrisas de la revolución inicial han virado en malhumor y cansancio. Cataluña está llena de esteladas deshilachadas. La palabra soberanista, especialmente la de sus dirigentes, está devaluada y desprestigiada. Todo se fía, al final, a la incertidumbre de un minuto, glorioso e inesperado.

El regreso del espectáculo asegura que el Procés siga vivo. Sirve también para mantener la verdad oculta —como ha comprobado David Bonvehí— y para mantener la tropa disciplinada, sin deserciones ni tentaciones de poner fin al combate, a la espera del minuto de oro, la épica, la historia.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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