El peso de la indefinición
La neoyorquina muestra un repertorio con encanto en Conde Duque, pero aún le falta sonar a sí misma
Olvidémonos del árbol genealógico. Ya sabemos todos por qué Sophie Auster se apellida así y es fácil comprender el hartazgo de esta mujer cada vez que responde a la enésima pregunta sobre sus progenitores. Pero, ya que andamos con parentescos, admitamos también que a nuestra protagonista no se la puede confundir por ahora con un nuevo vástago de Joni Mitchell. A Sophie le encantaría. A cualquier otra artista con criterio, también. Pero si Joni ha sido el centro indiscutible de la galaxia folk-rock durante el último medio siglo, Auster todavía es, a día de hoy, un exoplaneta.
A sus 29 años, a la hija de Paul y Siri no le faltan talento ni hechuras. En el auditorio Conde Duque, dentro del ciclo Ellas Crean, asumió este martes su papel protagónico con naturalidad. La neoyorquina viste un traje oscuro con purpurina reluciente como solo puede lucirse encima de un escenario, mece una melena envidiable y acentúa la belleza angular de su rostro. Tiene tablas, en definitiva, y procura sacarle provecho a una escritura tan recurrente como abrillantada por algunas progresiones armónicas no siempre convencionales. Pero de momento nos quedamos con las ganas de un lenguaje más propio. Y la voz suena de entrada ligeramente opaca: le cuesta un buen rato ir adquiriendo cuerpo y color.
El mayor peso con el que aún carga Auster no es el del apellido, sino el de la indefinición. No posee un timbre característico ni una escritura diferenciada. Acerca del primero (y a unos cuantos años luz de Mitchell), nos pueden venir a la cabeza los nombres de Beverley Craven, una Annie Lennox menos magnética o, en el mejor de los casos, Aimee Mann y Susan McKeown. Por lo que respecta a la segunda parte, nos quedaremos con las buenas sensaciones que generan algunos elementos jugosos, como los obstinatos rítmicos y alguna atractiva línea reiterativa en el bajo. A veces todo confluye y surgen canciones estupendas; en particular, un par de encantadores medios tiempos (Let it go y Mary Janes)con regusto soul y el acento fronterizo de Mexico, aderezado por la invitación a dar palmas.
El público respondió con un agrado solo tibio. No deja de parecer sintomático que entre los momentos más excitantes de la noche figuraran las dos versiones, un Broken glass deliciosamente rítmico y una escala en Dusty Springfield, Breakfast in bed, con ese punto de rabia y mordiente que a veces se echa a faltar en sus originales.
Démosle un margen. Auster se entendió de maravilla con los músicos españoles para la ocasión (tres de sus cuatro acompañantes, con el guitarrista Xema Fuertes a la cabeza) y adelantó ingredientes del que en verano se convertirá en su cuarto álbum, Next time. Definirse lleva un tiempo y Sophie se ha propuesto remar en la dirección adecuada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.