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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Todavía mientras tanto

Quizá exista una correlación entre el votante que ha abandonado a los socialistas para emigrar a Podemos y las condiciones de flaqueza imprevista de las clases medias

Jordi Gracia
Votantes de Podemos.
Votantes de Podemos. ALBERT GARCIA

Se ha convertido en un tópico culto imbatible que las izquierdas en Podemos y En Comú Podem prosperan gracias a su apelación a los sentimientos y las emociones. El enunciado varía pero el objetivo es siempre el mismo: desactivar o minimizar las causas racionales y los datos objetivos que explican esos cinco millones de votos que, según las encuestas, siguen estables tras las últimas trifulcas.

Parece irrebatible que la emoción juega un papel en la germinación de esos nuevos movimientos y sin embargo no parece que la emoción esté fuera del mapa mediático socialista. Posiblemente en su caso se trata de la apelación a otra franja emotiva. La moderación y el sosiego, la calma ante la adversidad y la pacificación de las reacciones se sobrelleva mejor desde una posición confortablemente media, más o menos protegida, mientras que esa misma moderación se complica mucho cuando ni la estabilidad, ni la prosperidad ni las expectativas comparecen por ningún sitio.

Quizá exista, incluso, una correlación documentable entre el votante que ha abandonado a los socialistas para emigrar a Podemos y las nuevas condiciones de flaqueza imprevista de las clases medias. Es verdad que se les puede recriminar escasa abnegación ante los esfuerzos ímprobos que han hecho sus gobernantes para protegerlos. Pero deducir de ahí que se mueven por razones emocionales y no por aspirar a otras políticas convierte a los fugados hacia Podemos en caprichosos radicales y ridiculiza las razones de fondo para la mera existencia de esa nueva izquierda.

La frontera entre la oferta socialista y de Podemos no ha hecho más que crecer en los últimos meses y comporta una consecuencia lógica y nada tranquilizadora: mientras el partido socialista acentúa su centralidad con el apoyo al Gobierno de Rajoy (a la vez que magnifica sus éxitos menores), Podemos se sitúa en el territorio electoral y social que los socialistas han ido abandonando, como si hubiesen dejado de luchar por él y se resignasen a haberlo perdido. O bien no es verdad que las razones electorales de Podemos son básicamente emocionales, o bien las emociones a las que apelan los socialistas se parecen demasiado a las del viejo Pujol político: el peix al cove, nadar y guardar la ropa, aguantar el chaparrón y confiar en que mejore la situación económica para que la recuperación de las clases medias haga regresar a ese votante a una opción más moderada.

Es posible que haya cinco millones de sentimentales que votan a Podemos porque rigen mal. Pero reducir su voto a razones emocionales parece negarse a aceptar que en Podemos existe una racionalidad programática, sin duda discutible, quizá utópica o incluso impracticable. Su sistemática demonización por equiparación a la toxicidad objetiva de Trump, Brexit o Marine Le Pen me parece una forma de neutralización falsificadora del significado de Podemos en España y de Ada Colau en Cataluña. Parece sobre todo una permisiva intoxicación informativa destinada a no enfrentarse a la evidencia de la crisis de ideas y de proyecto de la socialdemocracia clásica. En un artículo reciente en La Maleta de Portbou, Pau Marí-Kloze prueba con los datos en la mano que los partidos socialistas en el poder (Zapatero o Hollande) no han renunciado a los planes de la socialdemocracia, y sin embargo la percepción global en ambos casos ha sido esa abdicación. En el socialismo francés las sorpresas están llegando desde el sector que exige una reasunción de los deberes de una socialdemocracia descolocada, quizá precisamente porque la socialdemocracia no ha muerto, aunque haya hecho lo posible para que lo parezca. Pero de nuevo asignar la responsabilidad de esa percepción equivocada a Podemos parece un análisis excesivamente superficial de las razones de su votante.

Mientras tanto, ay, mientras tanto, las posibilidades de alguna forma de acuerdo de gobierno entre dos izquierdas parecen desvanecerse a cuenta del vencedor de Vistalegre II y del interminable impasse socialista. Esa espera paciente puede servir para perpetuar la situación actual, en la que el poder está en unas manos (el PP), el testimonialismo socialdemócrata poco operativo en otras (PSOE) y la socialdemocracia adaptada a la radicalidad de la crisis en otra (Podemos). Los efectos son devastadores para cualquier aspiración de gobierno de la izquierda y el centro izquierda en muchos años, pero la causa desde luego no habrá sido la apelación a las emociones por parte de Podemos, Ada Colau y compañía. 

Jordi Gracia es profesor y ensayista.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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