Inyección de desparpajo
La banda de Alberto Jiménez revienta La Riviera con su renovada fórmula de sintetizadores y luces de neón
Casi un año han tardado los chicos de Miss Caffeína en presentar su tercer disco, Detroit, con todas las de la ley en Madrid, y bien se notaba el ardor este viernes entre los más partidarios. Buena cosa es que crezca la nómina de bandas patrias con un llenazo de La Riviera en su historial, y el de este viernes sirvió como premio para cuatro tipos capaces de reverdecer su sonido, de actualizar los moldes. E, indudablemente, para un jefe de filas más desinhibido y seguro de sí mismo que nunca. Un tipo dotado de un carisma nada chirriante, que dejó los armarios para guardar la ropa y no esconde lo que nadie, en un mundo razonable, tendría por qué esconder.
Alberto Jiménez no es un cantante de actitud arrolladora, pero goza de una voz cálida que va ganando en color a partir de una cierta monotonía inicial. El viernes supo granjearse abundantes guiños y miradas cómplices sin ejercer de acaparador: el guitarrista Sergio Sastre también asume desde la diestra del escenario un coliderazgo discreto y efectivo. Y los neones simbolizan estos nuevos tiempos más coloristas y sintetizados, ese petardeo moderado, un glam de baja intensidad que se inspira en The Killers o White Lies y flirtea con New Order para acabar mirándose en el espejo de Tino Casal o Fangoria. Sobre todo en el caso de Lobos, tema festivo y despepitado para cerrar el tenderete antes de los bises.
Lobos simboliza bien el potencial de esta nueva etapa más luminosa, pero incurre también en una lírica torpe y descuidada, incluso con los acentos musicales y gramaticales a trasmano, un problema que no por extendido es menor. Si el verso “Somos como dos estrellas en la noche” (Titanes) lo escuchásemos en labios de Amaia Montero, ardería Twitter. Y es una pena que solo se nos pasa cuando, al final de esa misma canción, Jiménez desemboca por sorpresa en Maniac, de Michael Sembello. Un absoluto placer culpable, tan descabelladamente hortera como divertido.
Citar un tema de Flashdance o abrir los bises con una bonita versión de Freedom 90, de George Michael, da buena idea de por dónde van ahora los tiros. El cuarteto provenía de un indie más bien descafeinado (perdón), más allá de algunos temas realmente brillantes (Átomos dispersos, N=1), y ahora se ha procurado una inyección de desparpajo que resulta alentadora. Fue bonito su homenaje a Supersubmarina, aún convalecientes de aquel terrible accidente de tráfico y con los que comparten no pocas señas estilísticas. Pero quizá sugiera mayor margen para el optimismo un momento como El rescate, que eleva la mirada en dirección hacia M83.
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