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El asentamiento de Dos de Maig, entre la chatarra y el hachís

La veintena de personas que viven en un poblado de chabolas en plena plaza de las Glorias niegan que se dediquen a vender droga a menores

Alfonso L. Congostrina
Asentamiento chabolista junto a la plaza de Glòries
Asentamiento chabolista junto a la plaza de GlòriesJOAN SÀNCHEZ

La Guardia Urbana de Barcelona ha detenido, desde el pasado nueve de noviembre, a casi una decena de chabolistas que malviven en el asentamiento de la calle Dos de Maig de la capital catalana. Les acusan de vender droga a menores. En el registro que realizaron ese mismo día en las barracas intervinieron 149 dosis de marihuana y otras 66 de hachís. La mayoría de los arrestados han declarado en los juzgados y, salvo un par que ingresaron en prisión, el resto han regresado al asentamiento. Continúan viviendo entre chatarra pero sus espaldas soportan ahora la acusación de trapichear con drogas y envenenar el porvenir de adolescentes.

El solar en el que viven tiene vistas a uno de los símbolos arquitectónicos de la ciudad, la torre Agbar. Una valla repleta de cartones y unas lonas preservan la intimidad de sus chabolas. Tras el umbral de la puerta, una decena de varones descansan sentados en sillas y butacas roídas por el tiempo, rodeados de hierros, chatarra y colchones de quinto uso.

Los habitantes de esta zona de Barcelona ríen y comparten madalenas. La mayoría son ciudadanos senegaleses. No hay ninguna mujer; tampoco menores. Y pese a sus sonrisas, son reacios a hablar con desconocidos. “Tú eres policía y estás buscando excusas para echarnos de aquí”, sentencia tras ser preguntado el que se sienta más alejado de la puerta, que no se mueve de una especie de tumbona de cámping. El resto comparten murmullos sin levantarse de sus sillas. El único que rompe la tónica general es un joven de origen marroquí. Cree tener una oportunidad para defenderse: “Dicen que vendemos droga pero somos buena gente. Antes de vivir aquí no tenía adónde ir y ellos [señalando al resto de jóvenes senegaleses] me permitieron quedarme”, dice.

Uno de los chabolistas lee al sol una novela de Charles Dickens. El lomo del libro delata su procedencia: el fondo de una biblioteca pública. “Dicen que esto es el supermercado de la droga, pero aquí no hemos vendido nunca”, asevera otro con un discurso calmado y sin dejar de liar lo que parece un cigarrillo. No contesta a la pregunta sobre si ha vendido droga en la calle, lejos de las chabolas.

“Esto es chatarra, lo que no quiere nadie. Mira donde vivimos veinte personas. Aquí nos muerden las ratas. Quieren hacer creer a los vecinos que somos camellos multimillonarios”, vuelve a renegar el marroquí mientras lanza con rabia un trozo de cable recién pelado.

Los agentes de la Guardia Urbana investigaron el poblado, que ocupa una parte de lo que eran los antiguos Encants, después de recibir quejas de los vecinos que veían mucho movimiento de adolescentes entrando y saliendo de la zona. Según el cuerpo municipal, algunos de los chabolistas hacían “pases” de todo el material necesario para confeccionar un porro a niños de entre 12 y 17 años a cambio de pequeñas cantidades de dinero.

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En el solar se acumulan somieres, trastos de diferentes procedencias y se escucha música procedente de un televisor. Todos critican que la coartada de los agentes es muy simple: “Nos acusan de traficantes para echarnos”. Desde el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) informan de que no se ha dictado ninguna orden de desalojo del solar. Las mismas fuentes aseguran que si existe denuncia del propietario, ésta se encuentra en los primeros trámites y, por tanto, los chabolistas podrán permanecer allí durante meses hasta que los Mossos d'Esquadra los expulsen del solar.

El Ayuntamiento de Barcelona sentencia que no será la Guardia Urbana la que desalojará a los chabolistas y huye de darle un doble sentido a su intervención. Los agentes del cuerpo municipal sólo han intervenido tras una investigación que apuntaba a un caso de venta de drogas, aseguran.

Dentro de las chabolas se acumulan toneladas de miseria. “Necesitamos ayuda, huimos de nuestros países en busca de un futuro en Europa y mira cómo estamos”, concluye el joven que lee a Dickens. Tras la puerta, los cartones y las lonas se regresa, de un paso, a la gran ciudad de las oportunidades.

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