La vida en ello
El experimentado octeto encandila en el Café Berlín con su música atemporal y risueña
Esto sí que parecía un milagro, ahora que es la época. En pleno bochinche navideño, Mastretta tuvo el viernes la energía y el coraje de convocar a sus siete músicos y personarse en el nuevo Café Berlín, una sala recoleta que casi se llenó para asistir a una ceremonia de amor confeso y manifiesto por la música más epidérmica. Los ocho irrumpieron tocando entre el público; los ocho sonreían, se jaleaban y hasta intercambiaron algún beso. Y los ocho, en definitiva, transmitieron siempre la sensación de que les iba la vida en ello. Aunque el común de los mortales anduviese preocupado por banquetes, guirnaldas y fórmulas para neutralizar a los cuñados.
Nacho Mastretta asume en el octeto más la jefatura que la voz (o, en su caso, el clarinete) cantante. Sería muy torpe empacharse de balón cuando en la alineación titular figuran Diego Galaz (violín, serrucho), David Herrington (trompeta, tuba, bailes con el público) o el ubicuo Pablo Novoa, inmenso con su guitarra melosa y fronteriza, pero también capaz de consagrarse al tap dance. Esa versatilidad es la que multiplica los recursos: por eso Marina Sorín, violonchelista reputada, acaba agarrando el pintoresco phonofiddle, violín con corneta que suena como los discos de pizarra de nuestros bisabuelos.
Hay, de algún modo, en la búsqueda de sonidos añejos un pacto con los dioses de la atemporalidad. En el caldero bullen jazz casi centenario, esencias de Nueva Orleáns, klezmer latino, bandinas de pueblo, cadencia brasileña y sabe Dios cuántas cosas más. Encandila esa sensación de que esta música, aun instrumental y apátrida, podría engatusar a cualquiera. Es un pálpito que encarna el propio Nacho, sombrero y traje verde botella, incapaz de contener la risa y el baile durante toda la noche. Reír y bailar: no es conjuro exiguo para días de dispendios.
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