The Cure marcan territorio
El grupo pidió cariño en un Sant Jordi lleno mediante tres horas de prolija exposición de su legado
Los grupos de rock veteranos se parecen a los felinos, siempre han de marcar territorio para disuadir a los machos más jóvenes. Y en cierto modo eso es justamente lo que hicieron The Cure en su pormenorizado concierto del sábado en la noche en un Sant Jordi pleno, dejar nítidas señales, en su caso sonoras, para delimitar un espacio que desde finales de los años setenta les pertenece a ellos. Lo hicieron magníficamente, con un Robert Smith en plenas facultades, manejando con soltura esa voz en ocasiones implorante, a veces airada, siempre dolida que parece salir de un rincón en penumbra, como corresponde, y el público acabó empapado en las diversas sonoridades que la banda desplegó en sus tres horas de concierto: post-punk, pop y rock gótico por resumir la cosecha, siempre oscura. Catorce discos pasaron por escena representados por treinta y dos piezas, interpretadas a la antigua usanza, con todo el espectáculo centrado en los cinco intérpretes, dispuestos de manera clásica en un escenario típicamente rockero. Fueron como de otros tiempos.
Quizás por eso la duración del concierto, sin intención de provocar a los fans allí presentes, no necesitaba de tanta caligrafía para escribir su mensaje. Se entiende que como Robert Smith apenas renueva su oferta, estrenó una pieza por completo innecesaria, It Can Never Be The Same tira del filón de su historia, exponiéndola de manera pormenorizada, dando espacio a los grandes logros y también a canciones menores para poder reivindicar su espacio en la música del siglo XX. En este sentido recordó a esos señores mayores que disfrutan explicando sus anécdotas y vivencias a quien tenga la bondad de escucharlos. ¿Son malas sus historias?, ¿carecen de interés sus anécdotas?, ¿se puede aprender de sus relatos?, por supuesto que sí, pero si se prolongan siempre hay un punto de fuga a partir del cual el interés decae y aparece nítido el trasfondo, alguien que quizás pone por encima de todo, incluido lo que cuenta, el mero hecho de reivindicar su vigencia, su dilatada vida.
Eso se pudo pensar, por ejemplo, en la primera tanda de bises, sólo salvada por The Forest, o en algunos tramos de la primera hora y media, cuyo ritmo remontaba con piezas como Primary, que reavivarían el fuego de cualquier concierto apagado, o con esa entrada de Pictures Of You largaaaaa, con Smith y Gallup mirándose con sus instrumentos cruzados como lo hacían de chavalillos, o con Just Like Heaven, una canción rematadamente eufórica. Algo similar ocurrió en la segunda tanda de bises, donde un Never Enough a todo trapo sacudió el Sant Jordi antes de la traca final, ya en la tercera tanda de bises. En suma, mucha caligrafía para esta época en la que en un concierto se venden hasta los vasos, algo que servía para tirar a escena en la época en la que nacieron The Cure. Los tiempos han cambiado, The Cure no. Y lo podrían disimular mejor si no nos leyesen toda su enciclopedia. Por muy espléndida que sea.
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