La realidad de las soberanías compartidas
El concepto de soberanías compartidas no es patrimonio de En Comú Podem, surge del debate internacional
Ayer Francesc de Carreras escribía en este mismo diario un artículo titulado Domènech y la claridad donde planteaba dos líneas argumentales y a mi parecer una tesis de fondo. Señalando mi falta de claridad y confusión al hablar de soberanías múltiples y compartidas (estoy de acuerdo en que “los dirigentes políticos y los partidos tienen que tenerlo claro atendida la centralidad de la cuestión”), afirmaba que no era cierto que hubiera un conflicto de soberanías entre firmar un tratado internacional como el TTIP y las soberanías nacionales, como tampoco lo era que se pudiera hablar, en el caso de un estado, de soberanías múltiples. La tesis de fondo sería, en este caso, que el proceso que hemos vivido en estas últimas décadas, intensamente desde el 2008 hasta hoy, no se podría caracterizar como una sustracción de soberanías democráticas.
Ciertamente, como afirma Francesc de Carreras, en términos tradicionales la soberanía estatal se ha definido como única, indivisible, inalienable, imprescriptible y absoluta. No hace falta quizás ir a Bodin, como hace él, puesto que en este caso el teórico del siglo XVI piensa la soberanía como poder que se impone a todos los sujetos de la comunidad sin estar sometido a ninguna ley, en un ejercicio absoluto que es patrimonio exclusivo del Estado, es decir, del soberano que no es otro que el rey. Un concepto que como tal, no se adapta a ninguno de los usos democráticos actuales. Y aquí yace quizás la diferencia radical entre mi planteamiento y el suyo al hablar de soberanías: el de la teoría clásica o el de las realidades actuales. De hecho, en la actualidad, el concepto de soberanías compartidas no es patrimonio de En comú Podem, ni mío. Surge del debate internacional en el que cada vez está más claro que producto de los procesos de globalización se están creando ámbitos de soberanía democrática o, más a menudo, no democrática que se imponen a las soberanías clásicas. Por esa razón se habla de soberanías post-westfalianas, en transición o compartidas.
De hecho, esta realidad de facto se traduce también en realidades de iure. Así, por ejemplo, el artículo 11 de la Constitución de Italia, el 23 de la Constitución de Alemania, el 28 de la griega o el 3 de la eslovena, reconocen las limitaciones en la soberanía nacional en la medida que se integra en un campo de soberanías más amplio. Este debate no se ha dado abiertamente en España por las evidentes implicaciones políticas que tendría, puesto que si se acepta la existencia de la posibilidad de compartir soberanías el debate sobre la relación entre Cataluña y España toma una dimensión radicalmente diferente. Pero que no se haya dado de forma abierta, no quiere decir que no nos haya afectado. Lo ha hecho en el caso del debate sobre el Derecho Penal Internacional, y la posibilidad que esté por encima de las respectivas soberanías de la Estado, lo hace cada día que una nueva disposición de la UE afecta a nuestras vidas, lo hace cuando el Tribunal Constitucional en su Dictamen 1/2004 deja claro que una Constitución Europea impondría límites a la soberanía nacional, sin que esto implique la necesidad de reformar la Constitución Española, lo hace, efectivamente, cuando se piensa al permitir que el TTIP imponga tribunales no elegidos por los estados que dirimirán sobre nuestra vida económica y social, sin que este tratado pase ni por referéndum.
Este aun así no es un debate jurídico, y en este campo Francesc de Carreres es indudablemente uno de los más prestigiosos del país, sino claramente político, en un momento donde estamos viviendo un proceso destituyente, que vacía de significado nuestros pactos sociales más básicos por arriba, mientras por debajo nuevas fuerzas políticas y sociales plantean la necesidad de abrir nuevos procesos constituyentes que recuperen la democracia y la soberanía. En un momento también donde se pretende apelar a un concepto de soberanía nacional hacia los diferentes pueblos del Estado, para evitar un debate, mientras no se defiende este mismo concepto cuando se trata de relacionarse con las grandes estructuras supraestatales o los poderes económicos internacionales. Tan político, que mientras Mariano Rajoy me explicaba en el marco del debate de investidura —de forma didáctica hay que decir— precisamente que la soberanía era única e indivisible, refiriéndose a la imposibilidad de ejercer el derecho a decidir, Jacques Delors escribía un artículo en EL PAÍS donde afirmaba que “compartir nuestras soberanías es la mejor manera de defender nuestros intereses comunes”. Este es uno de los problemas y realidades de nuestros tiempos. El primer paso para mí es reconocer que es así y el segundo, sin duda, es hacerlo democrático. Tanto es así que los dos principales movimientos sociopolíticos de nuestros tiempos, el 15M y el movimiento soberanista catalán, en el fondo surgen como un clamor de soberanía, frente a la evidencia de que cada vez tenemos menos. No asumiremos este reto con Bodin ciertamente, pero tampoco lo haremos negando las grandes transformaciones que vivimos, cuando en los retos democráticos de nuestros tiempos oponemos las recetas de marras, lo más probable es que al final del camino nos encontremos todos juntos con un Trump como respuesta.
Xavier Domènech es portavoz de En comú Podem
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