La música en vivo resiste
Las pequeñas salas de conciertos aspiran a convertirse en uno de los principales activos culturales de Madrid. Para ello piden menos trabas a su labor y más apoyo institucional
Una pareja de Puerto Rico aguarda sentada en la acera del número 8 de la calle Libertad. Es un martes de agosto, se encuentran de turismo en España y una de sus paradas obligadas es el local de música en vivo, que este año cumple cuatro décadas. Por fin abre, ellos miran todo con curiosidad infantil. Piden algo de beber. Tienen suerte porque esa noche también visita la sala Ismael Serrano, en calidad de cliente y amigo. Consiguen hacerse una foto con él y le agradecen “todas las canciones maravillosas” que les ha regalado. “Estuvieron esperando ahí en el portal media hora a que abriéramos porque bajo ningún concepto se iban de Madrid sin entrar en el local en el que han tocado los músicos que ellos admiran, eso es lo que representan estas salas”, presume Julián Herráiz, dueño de Libertad 8.
La música en directo como uno de los activos culturales de la ciudad es la premisa que subyace en estos escuetos locales que ofrecen conciertos en Madrid. Pero para eso, aseguran, ha llegado la hora de obtener el apoyo institucional. “Es necesario hacer una apuesta cultural clara”, afirma Javier Olmedo, director de La noche en vivo, asociación que agrupa a la mayoría de las salas de conciertos en Madrid (46 locales). “Necesitamos la cooperación de las instituciones y que se proteja el valioso patrimonio que supone nuestro circuito”, añade. Al menos, ahora hay diálogo con el Ayuntamiento. Un portavoz del área de Cultura del Consistorio asegura que su objetivo es “cambiar toda la lógica que existía anteriormente y aplicar políticas para favorecer la música en directo”.
Los acordes como motor económico
La música puede convertirse en el motor económico de una ciudad. Austin (Texas, 885.400 habitantes) se autoproclamó en 1991 capital mundial de la música en directo porque se trata de la ciudad con más conciertos por habitante de todo Estados Unidos. Music Canada, una organización fundada en 1964 que agrupa a la industria musical de ese país, elaboró un informe el año pasado para analizar el potencial de la economía relacionada con esta actividad en diferentes lugares y determinó que el turismo musical de Austin representa la mitad de los 1.600 millones de dólares (1.414 millones de euros) de su producción económica y 38 millones (33,5 millones de euros) en forma de impuestos. Jordi Puy codirige Sound Diplomacy, una empresa dedicada a asesorar a ciudades sobre cómo gestionar su industria y oferta musical. "Recientemente estuvimos en Londres, donde el Ayuntamiento estaba preocupado porque en pocos años habían cerrado en 40% de las salas del centro de la ciudad. Trabajamos con la Nigh Time Commission, una mesa en la que se sientan todos los responsables de la vida nocturna con el objetivo de evitar el cierre de locales por problemas de ruido o inseguridad. Allí estaba la policía, los dueños de las salas, representantes de los transportes, del Ayuntamiento…". Puy explica que hay ciudades que reaccionan con rapidez al problema del cierre de locales por lo que representa la cultura para su economía, como es el caso de Reino Unido, donde presumen de que Radiohead o Coldplay empezaron en estas pequeñas salas. "Hay muchas soluciones: en Berlín blindan los precios del alquiler de los barrios regenerados gracias a la actividad cultural, en Nueva York las inmobiliarias reservan parte de sus apartamentos en torno a una sala a profesionales del sector creativo, también se puede exigir a las constructoras que sean ellas las que insonoricen sus edificios…". En el caso de Madrid, cree que lo importante es un asociacionismo fuerte que sea capaz de transmitir al Ayuntamiento sus necesidades, una evaluación seria del peso de la industria creativa y voluntad política.
Los locales de poco aforo de Madrid sacan pecho al recordar que entre sus paredes se escucharon por primera vez los acordes de artistas como Leiva, una de las grandes estrellas del pop-rock en España; Andrés Suárez, que cerrará su gira en el BarclayCard Center el próximo 4 de noviembre, o Zahara que ya ha llevado su música al otro lado del charco y tiene un puesto fijo en la mayoría de los grandes festivales. Estos espacios fueron —y continúan siendo— la segunda casa de muchos de los cantautores más reconocidos: Ismael Serrano, Pedro Guerra, Krahe era habitual en Galileo Galilei, Rosana… “Son espacios de resistencia”, apunta Ismael Serrano, “no es fácil tener un local de música en directo en esta ciudad; no lo era hace 20 años y no lo es ahora”.
“Son parte indispensable de la escena. Esa conversación con el público que yo aprendí en estos lugares es el que he tratado de mantener siempre en todos mis conciertos. Son una suerte de escuela”, añade Serrano. La cantautora Patricia Lázaro es una habitual en muchas de estas salas. Acaba de lanzar su primer disco: “Madrid es el sitio donde hay que estar. Se mueven muchas cosas, descubres nuevos artistas. Para mí todo han sido ventajas al venir aquí”.
Búho Real, sala declarada patrimonio cultural, prepara, de hecho, una estrategia de marca para reivindicar a todos los grandes artistas que comenzaron a tocar en su escenario. “Ahora mismo la música en esta ciudad se usa como catalizador de otras cosas. Si por ejemplo quiere recalcar su carácter de apoyo a la comunidad LGTB, lo hace a través de conciertos. Pero por ahora se usa como un medio más que como un fin”, opina Luis Flores, coordinador de programación de la sala. “Estar en Madrid es un escaparate, aquí están la mayoría de medios de comunicación, discográficas, managers, público…”, apunta Daniel Higueras, propietario de Contraclub.
Convivencia y decibelios
Según datos de La noche en vivo, la mayoría de las salas madrileñas acumula más de 25 años de actividad y ofrecen una media de 100 actuaciones al año. Esto prueba, a los ojos de la asociación, que son locales que ya forman parte de los barrios donde se ubican. Esto no evita que en ocasiones surja el roce con algún vecino molesto con el ruido. Lara Franco, copropietaria de Fulanita de Tal, en Chueca, cuenta los “agobios” que sufren los propietarios de las salas por las denuncias o las inspecciones para controlar los decibelios. Ellas tuvieron recientemente un problema con la insonorización. “Al final acabamos teniendo una relación cordial con el vecino porque, a cambio de pagar el alquiler de su piso, pudimos entrar en su casa a hacer varias mediciones y encontrar la fuga de sonido”. La nueva insonorización les costó 20.000 euros.
Los dueños de las salas son grandes conocedores de sus vecinos, con los que normalmente llegan a acuerdos de convivencia. Todos ellos son conscientes de que la denuncia de uno de ellos representa un gran problema. Daniela Riso, propietaria de La Fídula, en Huertas explica que al hacerse cargo del local, hace tres años, llegaron a un acuerdo con los residentes en el bloque para no usar percusión ni bajo, solo guitarra y voz. Al poco de su llegada tuvieron incluso que suspender un espectáculo de flamenco que realizaban los sábados a las ocho de la tarde porque los vecinos sentían el taconeo. “No se puede pedir una insonorización como la de la Joy Eslava a una sala pequeña; la inversión no es proporcional y el tipo de espectáculos, tampoco”, señala. “Nosotros hablamos constantemente con los vecinos y de hecho aspiramos a que ellos se conviertan en parte de nuestro público”, afirma Higueras, de Contraclub.
La petición más insistente del circuito es acabar con la “hiperregulación”, como define Javier Olmedo: “Habría que actualizar las normativas; renovar la Ley de Espectáculos; ejercer presión inmobiliaria para que no aumentara el alquiler de una sala cuando el barrio se revaloriza y crear un catálogo de locales culturales”. “Hay muy poca ayuda y demasiada burocracia cuanto se trata de organizar algo diferente como un festival o actuaciones no solo en la sala, sino también en la calle”, añaden desde Contraclub. No obstante, Olmedo destaca que las reuniones con el actual equipo municipal son constantes y que están definiendo una estrategia. Se queja de que el proceso es muy lento tras más de un año y medio desde que Ahora Podemos se hiciera con la alcaldía.
Muchos se fijan en la nueva normativa impulsada por Ada Colau en Barcelona que permite a bares y restaurantes ofrecer música en directo sin necesidad de nuevas licencias y concede una línea de subvención para la insonorización. El primer objetivo del Ayuntamiento madrileño, según un portavoz, es aligerar el “farragoso” proceso administrativo para las licencias y la programación de actuaciones en vivo. El dinero puede que tarde un poco más: “Estamos estudiando el tema de las ayudas económicas. Venimos de unos presupuestos muy limitados, pero nuestra intención es ampliar las ayudas culturales a su máxima expresión”. Los dueños de los locales celebran que se levantara la prohibición de entrar en las salas a los menores, a finales de 2015.
“Nos dedicamos a esto porque nos gusta la música independiente”, defiende Riso, dueño de La Fídula. “Además, estos espacios son necesarios para esos contadores de historias que no salen en la radio”, añade. Los propietarios de las salas pequeñas se reconocen como representantes de la resistencia de la música en directo; muchos, dicen que no podrían dedicarse a otra cosa. Por eso no sorprende oír la voz ronca de Julian Herráiz cuando afirma que si sigue al frente del Libertad 8 es porque tras varias décadas tras la barra no concibe su vida sin ese lugar: “Me encanta ver la ilusión de los chavales que llegan a enseñarme su grabación para poder tocar en el Libertad. Es un orgullo”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.