Un experimento muy aburrido
No es una ópera, tampoco es teatro de texto ni teatro musical
No es una ópera, tampoco es teatro de texto ni teatro musical al uso. En un aviso a navegantes, el dramaturgo catalán Marc Rosich, que firma junto al alemán Tilman Rammstedt los textos de Oficina para una vida post-idéntica, dice que el espectáculo programado en el Mercat de las Flors, en el marco del Grec, es lo que en Alemania se define bajo la etiqueta de Musiktheater. Confusa y, por lo que vimos el martes en la sala Ovidi Montllor, temible etiqueta: el espectáculo juega durante más de hora y media con música, textos en castellano, inglés y alemán, vídeos y espacio en un acción escénica repetitiva y aburrida que vende como modernidad los más antiguos recursos del teatro experimental.
El montaje es una nueva propuesta de Òpera de Butxaca i Nova Creació y la Neuköllner Oper Berlín concebida y dirigida por el director de escena alemán Matthias Rebstock que, tras el verano, estará un mes en el escenario berlinés. La acción transcurre en una oficina regida por extrañas reglas en la que siete trabajadores free-lance en un espacio de coworking intentan sacar adelante sus trabajos en un ambiente marcado por la crisis de identidad en un mundo cada vez más virtual y globalizado.
Oficina para una vida post-idéntica
Dirección y concepto: Matthias Rebstock. Textos: Tilman Rammstedt y Marc Rosich. Música y vídeo: Raquel García-Tomás y piezas de Beethoven. Festival Grec. Sala Ovidi Montllor, Mercat de les Flors, Barcelona, 5 de julio.
Para cocinar su propuesta, Rebstock usa como ingredientes musicales nuevas composiciones de la catalana Raquel García-Tomás, y algunas conocidas piezas de Beethoven, distorsionadas, en un guiso sonoro aderezado con guiños al techno y al blues. Incluso hay una parodia de himno punk. Por el lado de los textos figuran como titulares Rammstedt y Rosich, que incorporan materiales diversos adecuados a las reflexiones filosóficas que plantea la obra.
Hay golpes de humor que hacen más digerible el espectáculo —curioso, los mejores gags remiten a los grandes montajes de Carles Santos, pero sin su genio—, y también hay episodios musicalmente atractivos; Raquel García-Tomàs es una compositora hábil e imaginativa en el tratamiento de la voz y el uso del espacio.
Pero todo pierde interés por las continuas, y en muchos momentos, ridículas elucubraciones existenciales que salpican la confusa acción teatral. Y, pese a los esfuerzos y entusiasmo del equipo de actores, cantantes y músicos alemanes y españoles que defiende la obra, el interés decae pronto y el espectáculo se hace demasiado largo y aburrido.
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