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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El discurso

Transformar toda la ciudad en espacio cotidiano es empequeñecerla. Barcelona debería recuperar la Rambla de todos, es decir, de nadie en particular

Debate sobre la Rambla. Otra vez. La víctima simbólica de un modelo de ciudad ya caducado —un modelo acumulativo, capaz de explotar la ciudad hasta agotarla— clama por su redención. No cambiará la Rambla si no cambia el modelo, pero eso no quita que la Rambla tiene el diagnóstico hecho desde hace años. Mercè Homs, anterior regidora, cosió el tejido del diagnóstico con puntada fina, pero su plan, más bien tímido, no se implantó. Ahora Gala Pin me dice que lo importante es establecer prioridades. Claro que sí: empezar por algo, y yo diría que tienen los días contados los aberrantes quioscos que Jordi Hereu implantó a cambio de retirar las pajareras. Ya estaban cuestionados en el diagnóstico Homs, pero este Ayuntamiento no se fía de los diagnósticos anteriores. Entre otras cosas porque la participación es gratificante para quien participa: todos queremos ser escuchados alguna vez.

Hacia el final del debate, una señora muy digna, vecina de la Rambla, denunció con la boca pequeña que están pasando cosas en los sótanos de los edificios neoclásicos, cosas clandestinas relacionadas con la inmigración irregular. Que cuando se alzan sospechas, se van a otro hueco. Al acabar me acerqué a ella para preguntarle el qué, ¿talleres?, ¿explotación laboral?, y la mujer, con ojos vivísimos, me dijo que fuera por ahí a averiguar, que ella no decía nada más.

Que hay mafias diversas gestionando espacios en la Rambla se sabe desde que Itziar González se jugara el cuello, y al mencionarla contamos ya tres concejalas de distrito y la Rambla está igual. El debate y las prioridades, pues. Joan Roca, del Museu d'Història de Barcelona, habló muy bien del patrimonio tangible e intangible —celebraciones, protestas— de la Rambla, esa espontaneidad irrepetible, pero la primera intervención del público fue para reclamar atención sobre las personas. Mucho patrimonio pero no ha hablado usted de las personas.

Cada gobierno municipal tiene una franja de ciudadanos que vibra en su longitud de onda, que sintoniza, que son los suyos, que buscan la misma ciudad. Que tienen, pues, altas expectativas sin ningún tipo de escepticismo. Contribuyen a establecer el discurso, que ahora va de personas, de la ciudad de las personas. Es curioso porque Xavier Trias intentó este mismo eslogan y no cuajó, porque seguramente no era creíble. Ahora sí. Y entonces se propone que la Rambla incorpore una escuela y un CAP como paliativo a sus males, como si fuera una calle de barrio. Es un error, porque la Rambla no ha sido nunca, ni en sus mejores momentos, una calle de barrio. Transformar toda la ciudad en espacio cotidiano es empequeñecerla: la ciudad tiene jerarquías, tiene espacios simbólicos, tiene espacios sagrados de ciudadanía, y Barcelona debería recuperar esa Rambla de todos, es decir, de nadie en particular.

La semana anterior hubo otro debate precisamente sobre la memoria tangible, la memoria encarnada en monumentos. Me sorprendió encontrar en Ricard Vinyes, comisionado del asunto, una posición sensata —de hecho la más sensata-—, ponderada. El tono era muy intelectual, pero el público respondía al nivel. El inefable Manuel Delgado, que era ponente, lanzó una diatriba esperpéntica contra la yuxtaposición de la memoria obrera y los usos culturales. Allá donde había una fábrica en lucha ahora hay libros, se quejó. Me acordé de la consigna que los peronistas coreaban por el centro de Buenos Aires más o menos cuando yo nací: “Alpargatas sí, libros no”, y no sabían que ese canto los condenaba.

Puestos a ser comunistas, era más noble la alianza de “las fuerzas del trabajo y la cultura”, pero Delgado se debía de saltar ese momento mágico. Entonces una chica brasilera, seria y elegante, pidió que se derribara el monumento a Colón porque le ofendía su colonialismo implícito. Y un artista presente pidió que el Ayuntamiento despenalizara el “diálogo” con los monumentos porque, dijo, cuando uno los interviene es tildado de vándalo.

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Este Ayuntamiento es propicio a los debates, y se agradece, porque la ciudad tiene que ser inclusiva también en las ideas. Ahora bien, los debates los modela quien los convoca, que además se reserva la capacidad de decidir. Si hubo un tiempo de progres divinos en el entorno de la Casa Gran, ahora hay colavistas activos, peleones y reivindicativos, mediana edad y una estética común. Pues bien, escuchemos: es su turno.

Patricia Gabancho es escritora.

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