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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Teoría del estiércol de caballo

Nadie discute que la desigualdad ha alcanzado unos niveles sin precedentes. La discrepancia se sitúa en la importancia de la fractura y en si hay que combatirla o no

Josep Ramoneda

Desde que la crisis de 2008 rompió la utopía de fin de siglo de una economía capitalista sin límites y en la que todo era posible, la cuestión de la desigualdad en Estados Unidos y en Europa ha llegado a las portadas de diarios y revistas. Era un tema enmarcado en la dialéctica Norte-Sur, pero la fractura ha alcanzado el interior de los países del Norte, provocando reacciones sociales y respuestas políticas de distinto signo (de Trump a Sanders, del Frente Nacional de Le Pen o la extrema derecha holandesa de Wilders a Syriza o Podemos) que han alterado las fronteras tradicionales del establecimiento político y han sembrado inquietud ante hipotéticos revueltas de la plebe. Y los medios han empezado a dar carta de naturaleza al debate sobre la desigualdad.

Como ocurre a menudo la dinámica de la simplificación se ha impuesto rápidamente. La escena mediática alimenta la confrontación simple: a favor o en contra. Prácticamente nadie niega que la desigualdad ha adquirido unos niveles sin precedentes en el interior de los países avanzados, puesto que es algo difícil de rebatir a la vista de los datos. La discrepancia se sitúa más bien en la importancia de la fractura: si es necesario combatirla o no. El debate se puede plantear en dos planos: el ético y político (sobre la condición humana y el respeto que nos debemos unos a otros) o sobre el económico. En los tiempos que corren, en que el dinero sigue gozando de amplio poder normativo, la tendencia dominante es plantearlo en términos de eficiencia. ¿Favorece o perjudica el desarrollo económico? ¿Es una amenaza al equilibrio del sistema y, por tanto, a la propia democracia? Hay una serie de autores que sustentan que cuando se superan determinados umbrales de desigualdad no sólo la cohesión social queda amenazada sino que la economía se vuelve más ineficiente, con pérdida de creatividad, de productividad y de implicación y con disminución del consumo.

Pero lo que resulta especialmente significativo de este debate son los dos argumentos más recurrentes de los que quieren minimizar el problema, es decir, de los que piensan que la desigualdad es natural y positiva y no hay que darle más importancia: la teoría del beneficio para todos y la teoría del resentimiento. En cierto modo, el famoso economista Robert Lucas, de paso por Barcelona, las sintetizaba en una entrevista en el diario Ara: “Es cierto que hay una creciente diferencia entre los muy ricos y los demás. Está bien documentada. ¿Y qué? Para mí esto no tiene importancia. Me tendría que enfadar porque Bezos gana cinco mil veces más que yo. No sé, él es un gran empresario que ha mejorado la vida de millones de personas. Se ha hecho rico, ¿se supone que tengo que odiarlo porque es más rico que yo? Es una locura”.

No me entretendré con el argumento del resentimiento, que es la eterna coartada del que tiene más y un aval para el abuso de poder y la impunidad: me envidian. Me interesa mucho más el argumento de la lluvia fina (la suerte de los ricos riega a los demás). El crecimiento de las fortunas de los que tienen mucho acaba reportando beneficios a los más pobres, como el agua que cae del cielo. Algunos llaman a este argumento la teoría del estiércol de caballo. El escritor suizo Jonas Luscher la sintetiza así: “Como más avena demos al caballo, más abundante será su producción de excrementos y los pajarillos tendrán más que comer”. Me parece una excelente metáfora de una determinada visión del mundo. Los caballos y los gorriones, como símbolo de la ruptura unilateral del pacto social constitutivo de la modernidad.

En su libro Bourgeois Equality, la economista e historiadora Deirdre McCloskey afirma que la fuerza motora del crecimiento económico moderno fue “un nuevo clima de respeto a la gente normal, más que las innovaciones técnicas y comerciales”. Algunas dan esta idea por superada, retrocediendo a la fase de la imposibilidad de reconocimiento entre los de arriba y los de abajo: una neoaristocracia. Por este camino, el futuro del capitalismo estará más cerca de las diversas variantes del despotismo asiático que ya lo han adoptado, que de la democracia.

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