Llámalo magia
Habría que hablar de un milagro por el que 3 intérpretes superlativos, sin nada acordado entre ellos, confluyen
Arreglá, pero informal. Para Ángela, primer anfiteatro, butaca 11, era su primer concierto de jazz. “Estoy muy excitada”, me cuenta mientras esperamos a que se apaguen las luces. Su entusiasmo dura lo que dura la primera interpretación. A la segunda estaba huyendo como alma que lleva el diablo en dirección a la puerta de salida. Y, como ella, unos cuantos para los que el jazz acaso signifique Louis Armstrong cantando What a wonderful world. Pues no. Free Radicals –Agustí Fernández, piano; Barry Guy, contrabajo; Peter Evans, trompeta- no es “ese” jazz. Es posible que ni siquiera sea un trío de jazz o que ni siquiera sea un trío; a veces, 3 son multitud. Vamos a creer, como aseguran los interesados, que todo cuanto se escuchó en su concierto del sábado en el Auditorio fue obra del espíritu santo en forma de inspiración sobrevenida así como ajena a cualquier tipo de componenda o arreglo preestablecido. En ese caso, habría que hablar de un milagro por el que 3 intérpretes superlativos, sin nada acordado entre ellos, confluyen en el común denominador de una música indescriptiblemente hermosa, por cuanto no hay modo de describirla, ni falta que hace. Música de momentos, espasmódica, si entienden lo que quiero decir. El oyente se frota los oídos –también los ojos- ante el esfuerzo olímpico de los susodichos por eludir cualquier forma de obviedad , cosa que no siempre consiguen; pero cuando lo consiguen… el público del auditorio, ya se ha dicho, abandonó sus localidades de forma educada y discreta. Los que quedaron –la mitad del aforo, puede que algo más- expresaron su alborozo con ardor militante. En su ánimo, la sensación gratificante como pocas de hallarse ante una manifestación artística que les está reservada. Porque “cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla”. Palabra de Confucio.
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