_
_
_
_
OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Odón Elorza en el Besòs

Trapicheo de drogas y comercio con los pisos: La Mina está que arde y el barrio Besòs quiere soluciones, respuestas y su calma perdida

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

La peluquería de la esquina luce dos docenas de fotos con diferentes combinaciones de cráneos rapados y crestas. Una es de Beckham. Marca la pauta de una estética de barrio, una estética de afirmación a la contra, de chándal y zapatillas, de rap y de flamenco. Pero nada más tranquilo que esta plaza desierta entre bloques. Me siento en un banco a mirar. El paisaje no es armónico porque un punto de desorden marca la estructura: es una plaza irregular, los bloques son grises, los bajos alternan paredes ciegas, persianas bajas y algún establecimiento, no comercial sino de expenduría, o bar o bodega. En un balcón una señora limpia las persianas con la bata prescriptiva, una bata de hacer faenas que no se ve en otras latitudes urbanas. En los balcones, de todo: bombonas, bicicletas, mesas plegadas, ropa multicolor. La zona de juegos infantiles está vacía, porque es horario escolar, pero todo está cuidado y la sombra muestra densidad de ramas sin otoño. Pasa gente, poca, pacífica, ensimismada. La plaza se llama 25 de octubre. Estamos en Sant Adrià y aquí fue la intifada del barrio Besòs.

Comento aquellos hechos con dos veteranos de la Associació de Veïns, Eduardo y Joaquín. El local es escueto pero suficiente y mientras hablamos van entrando y saliendo vecinos con sus recados, lo cual connota una integración estupenda con el barrio, como si fueran parte de un sistema de irrigación perfectamente emulsionado. Esta tarde —es lunes— han convocado una “quedada” de vecinos, que piensan repetir cada semana. Hay problemas, otra vez. Repasemos la historia. El barrio Besòs, barrio de polígonos, barrio de plazas interiores duras en todos los aspectos, es vecino de La Mina. Hace 25 años los separaban unos descampados a la espera de destino, que los vecinos querían para equipamientos. Pero la planificación —ayuntamientos lejanos— pretendía poner pisos. Ese fue el conflicto. Ellos dicen que necesitaban su centro cívico, sus cosas, pero también había un trasfondo de rechazo radical a tener alojados ahí gente que hubiera venido de La Mina. Hay solidaridades que no existen. No hubo pisos.

Y resulta que ahora gente marginal de La Mina ha entrado de sopetón en pisos vacíos del barrio, reventando las puertas, y han establecido un doble tráfico: trapicheo de drogas —La Mina es hoy el epicentro del consumo, y no todo el consumo es local— y comercio con los pisos. La justicia tarda tres años en echar al ocupante y mientras tanto se cambia la cerradura y se alquila a quien lo necesite, que nunca falta.

Voy a ver la zona donde todo esto está pasando y la encuentro en perfecta calma. Bajo caminando hacia La Mina, a buscar el tranvía. El Parc del Besòs sigue tan vacío como siempre, excepto un pequeño rincón con elementos de gimnasia, que reúne a algunos jubilados. Todos los espacios de planta baja tienen rejas. Son pisos hechos por la Generalitat, igual que el famoso centro cívico, cosa que nos da un calendario de tiempos democráticos. También recuerdo que toda esta zona fue objeto de cálculos especulativos más o menos municipales.

La realidad siempre supera a las palabras, se escapa. Hace diez días, Odón Elorza, antiguo alcalde de San Sebastián, vino a dar una conferencia en la generosa sede de RBA, como parte del legado de Pasqual Maragall que gestiona la fundación que lleva su nombre, sentado nuestro alcalde en primera fila. Elorza fue un alcalde inteligente, ligado precisamente a Maragall y al espíritu de renovación que Barcelona lideró: lo reconoció nada más empezar. Elorza hizo una conferencia interesante que sonaba a viejo, a cosa sabida: participación, igualdad, cohesión, sostenibilidad, hace tiempo que aquí se habla en esos términos. Decir que no se puede diseñar una plaza sin consultar a los vecinos a dos pasos de Glorias es una redundancia. Y tengo la sensación de que el barrio Besòs de Sant Adrià no cabe en este esquema, que esta formulación le pasa por el costado sin ni siquiera rozarlo.

Ada Colau cerró el acto, brillante: teníamos poder municipal y ciudadanía, pero ahora tenemos, dijo, un tercer factor, el mercado especulativo. Estamos colonizados por esos intereses, y sólo dándole fuerza a la ciudadanía podemos rehacer la democracia. Que se lo digan al gran Varufakis, que nos visitó justo una semana antes, entre pesimista y voluntarioso. La Mina está que arde y el barrio Besòs quiere soluciones, respuestas y su calma perdida.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Patricia Gabancho es escritora

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_