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ROCK The Bohicas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Salvajes chicos buenos

El cuarteto de moda en Gran Bretaña asilvestra su sonido sobre las tablas y, aun sin inventar nada, se convierte en un estupendo generador de adrenalina

Nadie ha dicho todavía que The Bohicas sea una banda rompedora o sensacional, pero todo el mundo no para de hablar de ella. Este viernes, con motivo de su debut madrileño en la Moby Dick, comprendimos por qué. Estos cuatro muchachos de la periferia londinense renuncian a la innovación, pero también abominan del aburrimiento. Y no desperdician un solo minuto en el escenario para suministrar ese rock instantáneo, directo y sudoroso, mucho más afilado que en el registro fonográfico de su debut (The Making Of), que les convierte en candidatos evidentes a la algarabía de los grandes festivales.

El propio jefe de filas, el cantante Dominic McGuinness, es un pelirrojo con aspecto de buenecito hasta que las tablas le transforman en un estupendo seductor chuleta. Su capacidad para estimular la secreción de adrenalina entre los casi 300 espectadores resulta evidente desde la inicial XXX, dos minutos con un bajo de acero y un riff seco, redundante y macarrónico con los que The Bohicas delimitan sus reglas del juego: temas expeditivos, asilvestrados y garajeros, más cercanos en directo a Black Rebel Motorcycle Club o los primeros Arctic Monkeys que a sus no menos admirados Franz Ferdinand.

El cuarteto puede reivindicar al Bowie de Ashes to ashes en Somehow You Know What I Mean, pero su instinto de salvajes chicos buenos le lleva a arrimarse más al legado de Nirvana (Red Raw) o a transformar una maravilla soul como Soldier of Love (Arthur Alexander) en una fulminante píldora saturada y chirriante. Tampoco perdamos de vista a los teloneros, los anglomadrileños Of Moths and Stars, instalados en algún enérgico lugar entre Mando Diao y The Strokes. Pero The Bohicas, los equívocos chicos modositos, parecen una clamorosa candidatura de futuro para disfrutar de estruendos civilizados. Bastaría comprobar el fervor que generó su único bis, el adictivo To Die For, para avalarlo.

 

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