El testigo más incómodo
Juanper lleva 13 años entre rejas por matar a dos vigilantes. Dice que su banda le vendió. Desde entonces, se ha convertido en su pesadilla
Juan Pedro Lozano , Juanper, avanza decidido hacia el micro. Una antigua cicatriz surca su cabeza despoblada. El juez ordena que le quiten las esposas. Juanper empieza a hablar. Denuncia la corrupción de los mandos de la Guardia Civil que se sientan tras él y señala a sus excompañeros por haber estafado a un narco. Se oyen murmullos a sus espaldas. Sus antiguos colegas, ahora enemigos, interrumpen el relato. Le insultan y resoplan. Juan Pedro, desafiante, se vuelve hacia ellos. En sus ojos también hay un odio que viene de lejos: “Os deseo mucha suerte, la misma que he tenido yo”, les dice.
Lozano es un delincuente arrepentido cuyo relato fue clave en la investigación de la banda del puerto, una presunta trama de guardias civiles y delincuentes comunes procesada por robar un contenedor con 200 kilos de cocaína en el puerto de Barcelona. Los primeros fueron absueltos; los segundos, condenados. Estos días, casi todos ellos han vuelto a juicio por otros hechos: vender cuatro kilos de cocaína tras estafar a un narco colombiano simulando una aprehensión de droga.
La ‘banda del puerto’, otra vez a juicio por estafar a un ‘narco’ colombiano
En aquel juicio como en este, Juan Pedro ha sido el principal testigo de cargo. Pero no es un testigo cualquiera. Lleva 13 años entre rejas por haber asesinado, en 2002, a dos vigilantes de seguridad de Prosegur que custodiaban un furgón blindado en Terrassa. En todo este tiempo solo ha abandonado la prisión para declarar contra quienes fueron sus compinches. Además de recordar los delitos compartidos, les acusa de haberle tendido una trampa para hacerle pagar por un doble crimen que, insiste, no cometió.
“Toda esta información, ¿por qué la da?”, le pregunta un abogado. Juanper se explaya: “No he recibido un duro. Nadie me ha prometido nada. Al principio hablé porque me metieron el marrón de los dos muertos. Pusieron mi nombre encima de la mesa de los investigadores, y lo estoy pagando. Hoy hablo para evitar que sigan metiendo marrones a la gente. Siento la obligación de hacerlo, pero no saco beneficios”.
Lozano está cumpliendo su pena a pulso. Aunque su condena (a 40 años) es firme, mantiene su inocencia. Tras escucharle, la Fiscalía llegó a abrir diligencias para averiguar si otra persona pudo cometer el doble crimen. La Guardia Civil también buscó otras vías, incluida la de los Grapo. Se practicó, incluso, una reconstrucción de los hechos en la que quedó claro que el único testigo de los asesinatos no tenía suficiente ángulo de visión para identificar a Lozano. En el proceso se dieron otras presuntas irregularidades, como la supuesta declaración de una cajera que se perdió. Esos elementos, sin embargo, no han sido suficientes para reabrir la causa.
“No he recibido un duro. Nadie me ha prometido nada”, dice Juan Pedro Lozano
“Yo sabía demasiado. Y cuando intenté apartarme de ellos, me vendieron. Querían ganarse puntos con la Policía”, prosigue Lozano en la vista oral. De esa supuesta trampa, dice, solo se dio cuenta tarde, cuando el Tribunal Supremo ya había ratificado la sentencia. Así que, en 2008, decidió cantar. Y proporcionó a la Fiscalía datos que culminaron con la operación contra la banda del puerto.
Un preso “institucionalizado” y la vieja sombra de una violación
Juan Pedro Lozano asegura que sus amigos le advirtieron de que la Policía le estaba buscando por el doble crimen de Terrassa. Alguno de ellos le recomendó que se entregara. No lo hizo. En el juicio, tras la insistencia de los abogados de los acusados, acabó explicando por qué. ‘Juanper’ admitió que en 2002 estaba en busca y captura por un antiguo delito. Lo había cometido cuando alcanzó la mayoría de edad. “En 1989, con 18 años, robé un coche y un chico con el que iba violó a una mujer. Me condenaron, pero yo no lo vi”, dijo Lozano, que fue sentenciado por colaborar en un delito de violación. Los acusados aprovecharon esa circunstancia para presentarle como un delincuente peligroso. “Les dije” —añade Lozano— “que si huía también pensarían que era culpable de verdad (...) Soy incapaz de matar a nadie”. En su estancia en prisión, Lozano ha recibido hasta tres visitas de miembros de la Guardia Civil y los Mossos d’Esquadra. Fuentes consultadas coinciden en que, tras su prolongada estancia entre rejas, es un preso “institucionalizado”.
Su testimonio en el juicio es sólido (aporta detalles, replica cuando tratan de poner en su boca cosas que no ha dicho), pero genera suspicacias. Asegura que pasaba mucho tiempo junto al cabecilla, Javier Segura —condenado a siete años y medio por el robo del contenedor— pero lo cierto es que no ocupaba un lugar preeminente en la banda, por lo que ignora detalles importantes: por ejemplo, cómo se repartían los beneficios y qué parte iba, presuntamente, a los bolsillos de los guardias civiles.
Los acusados replican que Lozano miente, y que lo hace por oscuros motivos. Y le lanzan dardos cargados de veneno. Segura, que solo contesta a su abogado, esgrime el currículum delictivo de Lozano para presentarse como víctima. “Este señor tiene una condena por violador y asesino. ¡El que tiene miedo soy yo! Todo esto es una mentira”. Daniel Ribelles también trata de provocarle y asegura que actúa por venganza personal: “Él tiene una mujer, Soledad, con la que yo me acostaba. Sé que está mal entre amigos, pero ocurrió…” Y Antonio Bals, que asegura ser un confidente policial, cree que Lozano le acusa porque cree que él le vendió a la policía. Cosa que, por cierto, niega.
En cuanto a los guardias civiles, Antonio Sáenz, alias El Tete, cree que Lozano podía tenerle ganas porque una vez investigó el entorno familiar de Soledad. Y, junto con otro de los guardias investigados, el sargento Roberto de Prádena, asegura que solo acudía al bar Gema —donde, según el testigo, recibían el dinero— a “tomar un quinto”. En otro momento de gran intensidad en el juicio, Lozano, testigo incómodo, también tiene un mensaje para El Tete: “A ti te tengo calado”.
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