La apacible guarida del asesino de Algete
En Pierrefontaine-Les-Varans, la esposa y los vecinos de Ahmed Chehl no asimilan la doble cara del presunto criminal de Eva Blanco
En el extremo nordeste de Francia, Pierrefontaine-Les-Varans, con sus 1.500 habitantes, responde a la idílica imagen de pueblecito suizo de vida apacible. A solo 20 kilómetros de la frontera, la mayoría de las casas son unifamiliares de piedra o buenos materiales para aguantar las nieves que las cubren en invierno. Las vacas pastan en las praderas próximas a las viviendas. Ahora, sus vecinos no terminan de superar el impacto: en la parte alta del municipio, en una casita con un rosal a la puerta, ha vivido un monstruo durante los últimos 15 años. Es Ahmed Chehl Gerj, de 52 años, el presunto violador y asesino de Eva Blanco. Ocurrió en 1997 en Algete (Madrid), a 1.505 kilómetros de este paraíso.
“Dios existe. Hay justicia”. De negro de la cabeza a los pies, cara aniñada, con los gemidos de su bebé de pocos meses de fondo, Fátima, de 36 años, es la esposa del detenido como autor de un crimen que conmocionó a Madrid y a toda España. Conoció a Ahmed en la ciudad francesa de Besançon, a 50 kilómetros de Pierrefontaine, a donde ella, marroquí, se había trasladado para estudiar electrónica. Pensaba volver a su casa, pero Ahmed se le cruzó en el camino. Se casaron en 2003.
Pequeña y delgada, la señora Chehl se asoma a la puerta con gran timidez al escuchar el timbre. Su casa, también unifamiliar, es de las menos lujosas del pueblo, como las de sus vecinos del barrio. Al conocer el motivo de la visita, rompe a llorar. “Pobre niña, pobre niña”. “Eva Blanco, Eva Blanco”, repite entre lloros. Su primer impulso es no hablar. Dice que se tiene que ir a trabajar enseguida. Segundos después, rectifica. Está tan sola, tan lejos de quien le puede ayudar, que necesita alguna mínima compañía. “Pasen, pasen… Estoy con mi niño pequeño”. Su otro hijo, de 6 años, está en la escuela.
La casa de un obrero con niños
La casa en la que ha vivido Ahmed Chehl tiene una sola planta de unos 150 metros cuadrados con un descuidado jardín de unos 100. Ahmed y Fátima la han tenido alquilada varios años, pero en junio pasado decidieron comprarla. Por unos 100.000 euros, calculan los vecinos. La mujer asegura que, pese a la desgracia que ha caído sobre su familia, no tendrá problemas para pagarla gracias a su trabajo como experta en electrónica.
El jardín refleja cómo y quién vive ahí. Tres cortacéspedes, una máquina para mezclar cemento, piezas para levantar vallas metálicas, tela verde para evitar miradas ajenas… y, sobre todo, juguetes. Dos pequeños todoterrenos —uno rojo, el otro, verde— para el hijo mayor, de seis años, tres camioncitos de miniatura, un balón amarillo, una pequeña cama elástica redonda…
Ahmed había empezado a colocar unas piedras para separar tierra y césped. Todo lo ha dejado a medias. Atrás deja tres familias destrozadas. Una en España y dos en Francia.
En el humilde salón, el desorden refleja que la esposa de Ahmed, también nacido en Marruecos y desde los noventa con nacionalidad española, atraviesa días de estrés. Junto al sofá preferido de Ahmed, recubierto con una tela marrón oscura, la mujer no puede evitar las contradictorias sensaciones que le brotan al hablar de su esposo, ahora encerrado en Besançon a la espera de su inmediata entrega a España. “Es un buen padre. Un buen marido”. ¿Ha hablado con él tras su detención? “No, pero quiero hacerlo cuanto antes. Quiero que me cuente qué paso. ¡Me lo tiene que contar!”. “Pobre niña…, y pobres padres…”. Le gustaría que el arresto del padre de sus hijos fuera fruto de una equivocación.
¿No hablaba de su época en Algete? Se marchó de allí en 1999. Tenía ya dos hijos y una hija con Encarnación Cantos Sánchez, su entonces esposa, que ahora vive precisamente en un barrio de Besançon. Luego tuvo otros dos niños con Fátima. El mayor tiene seis años. “Le he dicho que su padre hizo una tontería en el pasado y que se lo ha llevado la policía”, dice Fátima. “El problema es que nos conocemos todos y los compañeros en el colegio acabarán diciéndole”, añade una vecina.
“No, apenas hablaba de Algete. Las veces que hemos ido a España, vamos directamente a la costa a casa de uno de sus hermanos y no pasamos por Madrid. Seguimos directos a Marruecos”. En su soledad, la mujer habla estos días de vez en cuando con Encarnación. Y esta, con la que también ha hablado EL PAÍS, afirma: “No me encaja nada, ni las fechas, ni los datos, ni los coches que dice la policía”. “El tenía un BMW y Alfa Romeo en aquella época, no un R-12. Me parece todo muy raro. Nunca me maltrató y a mi hija tampoco”, indica la primera esposa de Ahmed, que ha intentado visitar sin éxito al detenido con el que sigue oficialmente casada en España. Este le pasa 200 euros al mes para los hijos.
Ahmed Chehl es soldador. Hasta hace dos años trabajó en Sermap, una empresa de construcción de maquinaria agrícola en Pierrefontaine en la que trabajan unas 80 personas. “No tenía buena relación con sus compañeros de trabajo…, le incordiaban”, dice el farmacéutico Yvan.
Su imagen en el pueblo, en general, es positiva. Se le considera educado y amable. La panadera del lugar le tenía mucho afecto y, por ello, prefiere no hablar de él, aún conmocionada por las noticias que llegan de España. Chehl tenía últimamente trabajos temporales en Besançon, a 50 kilómetros de su casa. Allí fue detenido el jueves por miembros de la Guardia Civil y la Gendarmería. Cuentan que se mostró frío durante su arresto. Llevaba 18 años manteniendo un terrible secreto sobre su conciencia.
Regresaba por la tarde a su domicilio, a Pierrefontaine, y entonces pasaba a veces por la farmacia de Yvan. “Es un tipo normal. Jamás ha dado problemas”, cuenta el farmacéutico. “Por el pueblo, siempre iba con su hijo mayor”. La mayoría de los vecinos repiten similares comentarios. “Normal, educado, agradable”, dicen dos elegantes mujeres que pasean en cochecitos con sus bebés. “¿Me nota mi acento suizo?”, comenta una al preguntarle a qué distancia está la frontera.
El alcalde quiere saber
François Cucherrousset, alcalde de Pierrrefontaine-les-Varans, dice estar reponiéndose del impacto por el que su pueblo se ha hecho famoso en España. Como sus vecinos, reitera que Ahmed Chehl nunca llamó la atención. “Todo ha ido siempre normal. Su hijo mayor está escolarizado, el pequeño, que nació el año pasado, aún no tiene edad…”. Pero es él quien quiere saber más. “¿Cómo se le descubrió finalmente? He leído algo de las pruebas de ADN, pero la policía ya las tenía desde el principio…” Cuando se le explican los detalles, su reacción es de gran asombro. “Y lo hemos tenido aquí todos estos años…”.
La persistencia de la Guardia Civil pone fin a 18 años de ocultamiento. El 20 de abril de 2017, dos décadas después del crimen de Algete, el caso habría prescrito. “¿En serio?”, pregunta el alcalde. “Hay justicia”. Las mismas palabras que la esposa de Chehl había dicho media hora antes.
Chehl aún no tiene abogado. El miércoles, las autoridades francesas cerrarán los trámites para trasladarlo a Madrid.
En Besançon, la capital del departamento de Doubs donde fue detenido el jueves Chehl, los periódicos han dado más importancia a la historia de la investigación que al hecho de que el presunto asesino viviera en la zona. La despedida de Fátima es, como ha sido la conversación, entre lágrimas. En el adiós, no puede evitar un emotivo abrazo. Es otra prueba de su soledad. ¿Es religioso Ahmed? “¿Cómo va a ser religioso alguien que hizo eso? ¿Cómo podía dormir?”.
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