Sin respuesta
Los intentos de réplica al nacionalismo catalán desde el ámbito académico o el que propone Pedro Sánchez desde el político adolecen de comprensión
El nacionalismo catalán va en ascenso. En contrapartida, los intentos de respuesta poco parecen lograr para amansar un fenómeno emocionalmente cada vez más favorable a la independencia. Entre los numerosos intentos de respuesta vamos a elegir dos. Uno más bien intelectual ofrecido como completo y definitivo. Otro, más bien político, ofertado como inicial. El intelectual es el que aparece publicado en el libro La cuestión catalana en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Un compendio de seis estudios elaborados como conferencias por prestigiosos académicos que, el anterior director, Marcelino Oreja, se ha apresurado a editar y difundir. El intento político es el ideado por Pedro Sánchez formando a un grupo de sabios para intentar una reforma de la Constitución de 1978 como solución evidente al problema.
Existen sin embargo dos elementos fundamentales característicos del nacionalismo catalán, propios también de todo nacionalismo avanzado, que son poco tenidos en cuenta en el libro de la Academia. El primero es que el nacionalismo catalán es un deseo máximo de poder político. No importa que sea insensato. Como deseo no tiene límites ni tiene porqué tenerlos.
El segundo es el ámbito emocional en que dicho deseo está inmerso. Las respuestas que dan los académicos al problema desde la historia, la sociología, la economía, la política, están montadas sobre la racionalidad. De esa forma, aunque las cuestiones que se tratan son las mismas, el enfoque que se les da desde una y otra parte no es ya diverso sino radicalmente opuesto. Se han formado así dos líneas paralelas incapaces de encontrarse jamás.
España, por sí misma, no necesita un cambio de Constitución. Si no fuera por el problema catalán nadie hablaría de ello.
Tomemos la cuestión desde la Historia. A los nacionalismos cuando se les examina en su historia, se les suele aplicar siempre la afirmación de Renán. El error histórico es factor esencial en la creación de la nación. Y cuando lo hacen así, se les comprende. Es más: hasta se les consiente. Algo que no ocurre con el nacionalismo catalán. La manipulación que hace el nacionalismo catalán de la historia en manera alguna es consentido ni comprendido. ¿Por qué esa diferencia entre los demás nacionalismos y el catalán? ¿No se pueden comprender los disparates del nacionalismo catalán como se comprenden los disparates de los demás nacionalismos? Sin esa comprensión, nacida de una actitud emocional, el diálogo no puede producirse.
Acudamos, para seguir refiriéndonos a las líneas paralelas, a la perspectiva de Europa. Los dos puntos de vista, el español y el catalán, en el fondo, coinciden. Que la salida de Cataluña de España es la salida de Cataluña de la Unión Europea. Pero las consecuencias derivadas de dicha realidad son muy distintas. Para la actitud española saber que se tiene que salir de Europa debe llevar a renunciar inmediatamente al inicio de tan loca aventura. Para la actitud catalana saber que se tiene que salir de Europa no debe influir en el primer intento. Tiempo habrá de pararla aunque sea al final. ¿No se podrá producir en el camino alguna grata excepción favorable? El trayecto tiene matices que al soñador no pueden menos que resultarle ilusionantes. Apelar con ropaje ético a la malevolencia de la ocultación y de la deslealtad para desmontar dicha ilusión está llamado al fracaso.
¿Iluminará la perspectiva basada en el sentimiento la mentes de los sabios convocados por Pedro Sánchez? Dichos expertos, sin duda extraordinariamente eminentes, tienen un peligro. Operar desde una perspectiva española. España, por sí misma, no necesita un cambio de Constitución. Si no fuera por el problema catalán nadie hablaría de ello. Es Cataluña la que la necesita el cambio de Constitución.
Una reflexión sobre la Constitución con el problema de Cataluña como motor, parece que debería comenzar por el reconocimiento del error cometido por los padres de la Constitución del 78 y por los que la fueron aplicando. Se prestó una atención desmesurada elevando provincias administrativas, sin sentimiento ni deseo, a categoría práctica de unidades federadas. Y se dejó la puerta abierta a que sentimientos históricos que originaban una sociología política abismalmente diferente llevase a la insatisfacción con la que ahora nos enfrentamos. Y no solo no se reconoce aquel error sino que parece se quiere potenciarlo todavía más. Actitud tan irracional, como la otra, tan denostada.
Santiago Petschen es catedrático emérito de universidad
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