La última frontera
La modernidad lleva años convirtiendo en tendencia durante un cuarto de hora los géneros más inusitados. La banda australiana ha sido de lo poco que se le resistía... hasta ahora
“Tenemos tantos fans, viejos y nuevos, que nos adoran, que hemos conseguido sobrevivir a infinidad de géneros musicales. La mayoría deestos géneros y modas han muerto, pero nosotros seguimos ahí”. Esto declaraba Angus Young al rotativo británico The Sun en 2011 con motivo de la edición del DVD en directo Live At River Plate. Cuatro años más tarde, con Phil Rudd, el batería, a la espera de juicio en Nueva Zelanda, y Malcolm Young, guitarrista y líder en la sombra, fuera del combo por motivos de salud, AC/DC han vuelto para dar conciertos que se parecen mucho a los que daban hacen cinco, diez o quince años, tocando canciones nuevas que se parecen una barbaridad a las que grabaron hace cinco, diez o quince años y ante unas audiencias que, cuando se miran al espejo, les importa un pimiento el aspecto que tenían hace cinco, diez o quince años. En el combo australiano cambian las circunstancias, pero jamás cambian las canciones. “AC/DC es una empresa familiar, y las empresas familiares tiene una característica esencial: no arriesgan, no cambian, juegan sobre seguro”, así definía Forbes el año pasado la idiosincrasia del combo, y así justificaba Angus Young al mismo medio el éxito de su grupo: “Le damos a la gente lo que espera y lo que quiere. Si consigues que la masa reaccione al unísono, eso es ideal. Exactamente, lo que los demás grupos no tienen. Exactamente, lo que los críticos no entienden”. Exactamente, lo contrario de lo que define a estos tiempos. Aunque, en fin, tal vez lo que único que define a estos tiempos es el afán por llevarse la contraria a sí mismos.
La modernidad se ha pasado los últimos años mordisqueando de aquí y de allá, de ayer y de anteayer, en pos de sorprender a este y aquel nicho. Ha logrado hacer tendencia el metal extremo, el hip hop más obtuso, el italodisco, la tradición musical africana, la salsa, el merengue, la cumbia, la rumba, Fleetwood Mac, Journey, Spandau Ballet… Lo que le ha dado la gana. Como la gastronomía, que ha logrado que comerse los ojos de un cordero, o un saltamontes relleno haga que se pregunte uno a qué sabe eso en vez de fantasear sobre qué apuesta perdióquién se lo zampó, la música lo ha tocado y lo ha justificado casi todo. Casi todo menos una cosa: AC/DC, los Asterix y Obelix de la música en el siglo XXI. La frontera sonora que nadie se atrevió a traspasar.
Pero este mes de abril algo raro sucedió. Algo sorprendente y polémico. AC/DC actuaron como cabezas de cartel en californiano festival de Coachella, acaso el evento de estas características que nos explica qué sucederá en el resto de jolgorios con vocación de ser reflejo de su tiempo en las próximas temporadas. Desde los peinados hasta las drogas, pasando por la formación del cartel o incluso la distribución de escenarios. Es el lugar en el que la celebridad se convierte en modernidad y el espacio en el que la modernidad se pone fecha de caducidad. “Me parece exagerado que AC/DC sea cabeza de cartel. Florence & The Machine hubiesen atraído más público”, se quejaba Jason Lipshutz en Billboard. Después de todo, los australianos tienen poco más de 90.000 seguidores en Twitter. Florence, casi 800.000. EsperanzaAguirre, 323.000.
Mañana, AC/DC llenará el Vicente Calderón en la primera de sus dos fechas en Madrid. Cuando más o menos acabe su concierto, al escenario del Primavera Sound en Barcelona saltarán The Strokes, el grupo que revitalizó el rock en 2001 y que tiene seis veces el número de seguidores en Twitter que la banda australiana, una una milésima parte de sus ventas, una media de edad entre sus seguidores tremendamente inferior, pero, en cambio, cuando salten al escenario el sentimiento de nostalgia entre su público será mucho mayor que cuando suenen los cañones de AC/DC.
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