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CRÍTICA FÉTEN FÉTEN
Columna
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El aliento popular

Las dos bandas del violinista Diego Galaz comparten cartel

Diego Galaz y Jorge Arribas.
Diego Galaz y Jorge Arribas.

Hay tanta vocación popular en el trabajo de Diego Galaz y Jorge Arribas, los integrantes de Fetén Fetén, que el cuerpo les pedía empezar este martes entre las mesas de la Galileo Galilei y no desde lo alto del escenario. Horizontal es la concepción de la música y de la vida en el caso de estos dos espléndidos músicos burgaleses, artistas a pie de calle y romería: de los que prefieren mirarle al público a los ojos, cortejarlo y divertirlo, afrontar una seducción tan generosa en talento como en desparpajo. No sería la única vez que el dúo abandonara las tablas y se adentrase entre los espectadores, despreciando la microfonía y reduciendo el margen de error a la nada. Así sucedió también con Dame una cita, un chotis delicioso y nada apolillado en el que Galaz incluso regaló un solo de silbido a una pareja de la primera fila. La escena, carne de YouTube, tenía mucha magia y todo el mérito.

Es el aliento popular el que le insufla oxígeno y hasta humor a Arribas y Galaz, dos músicos que coincidieron en La Musgaña y ahora se afanan por recuperar los ritmos tradicionales bailables: un poco a la manera del último Mastretta, que, no en vano, dispone al propio Diego en su alineación titular. Este delicioso músico del barrio de Gamonal, consumado especialista en toda clase de violines trompeta (esos que incorporan una bocina y suenan, en efecto, como un vetusto gramófono), toca como quien compra una barra de pan: sin darse ninguna importancia y haciéndonos creer que la suya es tarea amena, sencilla, consuetudinaria. Añadamos su verbo locuaz y socarrón (aunque Jorge no se queda atrás) y el permanente gusto por la travesura sonora, y tendremos un dúo efervescente y muy disfrutable, tan predispuesto al jazz manouche (Swing a la pepitoria) como al vals (Paquita en las Ramblas y Vals para Amelia, dedicados a sus respectivas madres) o el melancólico tango Chambre rouge. Pero nada tan genuinamente ingenioso como Jota del wasabi, hermanamiento hilarante y resultón entre tierras mañas y japonesas, que para eso están las escalas pentatónicas. Arribas la interpretó con una “silla de camping flauta”, uno de esos inventos cómicos (pero muy musicales) a los que nos está acostumbrando Xavi Lozano, el mismo que interpreta una valla de obra (sic) a la vera de Eliseo Parra.

El programa doble propició una velada extensa y gozosa en la Galileo, aunque los martes no parezcan la jornada más prudente para el trasnoche. Pero la idea era seductora: aprovechar que Galaz es, a su vez, violinista en el cuarteto Zoobazar para que compartieran cartel ambas formaciones. La espontaneidad de Fetén Fetén se convierte en ambición y hasta grandilocuencia en el caso de Zoobazar, y lo uno no es mejor ni peor que lo otro, sino complementario. Solo que, en el caso de esta segunda banda, el peso de las operaciones recae en los rapidísimos dedos de Amir-John Haddad y su sabroso arsenal mediterráneo de saz, laúdes y buzukis.

El resultado es a veces moruno y otras más turco, balcánico o incluso hindú, pero las percusiones de Pablo Martín Jones (otro gran instrumentista ubicuo) y el bajo eléctrico de Héctor Tellini otorgan un empaque muy accesible a la mezcla, un poco a la manera de los discos de Jai Uttal un par de décadas atrás. Nadie en la sala se privó en la alborozada fiesta final, con Ifrit y, sobre todo, Fun faria, de abandonar sus asientos y emprender un bailoteo digno de las mejores fiestas en Estambul. Porque Zoobazar abraza la música oriental desde la dimensión pegadiza y la hipnótica, y tampoco renuncia a las virguerías rítmicas. En Nieve, por ejemplo, un fascinante ritmo irregular, endiablado pero embriagador, que quizá fuese lo más completo que sonó en una noche con todo el encanto del mundo.

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