Sonidos franceses desde A Coruña
La Sinfónica de Galicia interpreta cuatro piezas inhabituales de compositores galos
El decimoquinto programa de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia estaba compuesto íntegramente por música francesa: dos obras de Albert Roussel (1869-1937) –la segunda suite de Bacchus et Ariane y su Sinfonía nº 2, op. 42-; el Concierto para piano y orquesta nº 2, op 22 de Camille Sain-Saëns (1835-1921), y ese gran fresco a modo de deconstrucción-reconstrucción de la danza que constituye La Valse, de Maurice Ravel (1875-1937).
Las obras de Roussel programadas por la OSG son una buena muestra de su gran dominio de la orquestación incorporando a su obra los sonidos de músicas de todo el mundo recogidos a través de su experiencia como marino. Ambas están escritas para una orquesta de numerosos efectivos –maderas a tres, metal numeroso, seis percusionistas además del timbalero, celesta y dos arpas además de las cuerdas-. Soj obras de gran opulencia tímbrica y una gama dinámica de enorme extensión, aspectos que fueron bien controlados y graduados por el director invitado, Jakub Hrůša.
El director checo es bien conocido en A Coruña por anteriores conciertos en los que ya interpretó obras de similares características, como la Shejerezada del compositor ruso y también marino Rimski-Kórsakov. Su versión permitió apreciar la diferencia entre el carácter teatral y danzante de la suite y el más abstracto de la sinfonía.
Andrea Lucchesini, otro intérprete bien conocido en A Coruña por sus anteriore apariciones en la ciudad, hizo una gran lectura del Concierto nº 2 de Saint-Saëns. En su dominio técnico del instrumento son características una excelente matización dinámica, un acertado uso del pedal y una digitación de perfecta limpieza y brillante luminosidad. Factores que puestos al servicio de la partitura, como hizo el pianista italiano, llegan exponer cada movimiento, cada frase, cada nota con el más adecuado carácter.
Carácter que, si cabe, cobra mayor importancia en la atípica progresión de tempi de este concierto. Y así, desde la cadenza que da comienzo al sereno Andante sostenuto inicial a la sensación de fuerza y avance del tercero, pasando por el conocido tema que exponen los violonchelos al principio del Allegro scherzando central, hizo que los asistentes al Palacio de la Ópera escucharan una soberbia interpretación de la obra de Saint-Saëns.
En La Valse, Hrůša exhibió la gran orquesta que por sonido y ductilidad es la Sinfónica de Galicia y mostró la obra raveliana como una adecuadísima sucesión de retratos sonoros. Su ambiente inicial fue como una visión nebulosa los rincones más oscuros de un palacio de la Viena imperial. Luego, el paso por las distintas secciones de la obra fue como un documental en el que la ordenada apertura y cierre del campo visual de la cámara fuera mostrando sus las estancias durante una fiesta de gala.
Fueron momentos que permitieron captar la luminosidad de cada una de esas estancias palaciegas a través de la brillante orquestación raveliana. La gran flexibilidad rítmica con que Hrůša dirigió la obra permitió la contemplación sonora de la apoteosis final –un poco desbordada por algún exceso dinámico- con la que unos imaginarios danzantes rindieran un exageradom homenaje al baile vienés por excelencia. Un adecuado final para un brillante concierto.
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