El drama es bello
El muy intenso quinteto de Aranjuez se gradúa definitivamente con su lleno en la Caracol y un repertorio dolorido pero apasionado
Confesaba Víctor Cabezuelo que este verano pasado, en una sala de Ponferrada, Rufus T. Firefly hubo de afrontar una actuación completa ante nueve exiguos seguidores. Este sábado, apenas ocho meses más tarde, el quinteto de Aranjuez no solo consiguió agotar el papel en la Sala Caracol, sino que vivió seguramente el gran punto de inflexión en su trayectoria. Ese que les permite dejar la condición de banda prometedora en los restringidos mentideros indies para erigirse en protagonistas del gran estirón de estas últimas temporadas.
Con su tercer disco (Nueve) recién nacido, Rufus es definitivamente un grupo ambicioso, intenso, que ha dejado atrás la bisoñez y aborda construcciones ampulosas, proclives siempre a lo inesperado. Ese muro de sonido arrancó un poco saturado, pero la sorpresa y la seducción van ganando terreno a medida que se despeja. Víctor solloza versos de tristeza agónica y torturada, a menudo en torno al tiempo inapelable y la acumulación de congojas. Julia Hermida se revela como una batería magnífica, que asume sin titubeos las complejidades rítmicas de Midori o los acentos cambiados en la excepcional Lie E8, con su mantra de cajita de música. El melodrama se masca con (escribe aquí), los pasajes instrumentales se vuelven libérrimos en Metrópolis, el ruidismo psicodélico fluye desatado en El increíble hombre menguante y la visceralidad lo impregna todo al llegar a Pompeya.
Al final queda la impresión de un grupo nada acomplejado en su densidad, en los destellos más literarios o matemáticos, en una audacia que nace hasta de los propios títulos (Test de Voight-Kampff). Pueden existir influencias de Radiohead, Standstill (mencionados en Metrópolis), Lisandro Aristimuño (Pompeya) o Egon Soda (Ricky Falkner paseaba por la sala sus rizos entrecanos), pero da la sensación de que los Rufus han sabido llegar por sí mismos a la conclusión de que el drama es bello.
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