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ROCK TOUNDRA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El arnés y la ambición

El cuarteto madrileño llenará dos noches consecutivas la Joy Eslava y abordará una gira europea este próximo mes

Hay algo de asombroso, dicho sea en el mejor de los sentidos, en la historia de Toundra, casi un cuento de hadas que nos lleva de los garitos más ignotos a las giras internacionales en cuestión de pocos años. El cuarteto madrileño constituye una rareza estimulante, una banda de rock tan comprometida con la música instrumental que uno de sus guitarristas, Esteban Girón, tuvo que agradecer a pulmón la asistencia de su muy militante público: a nadie se le ocurrió disponer un micrófono en el escenario. Pero su hardcore y metalsin palabras, adornado con sonoros títulos exóticos y una estética vagamente ecologista, se basta ahora mismo para casi llenar dos noches consecutivas la Joy Eslava y abordar una maratoniana gira europea este próximo mes.

Estrenaba Toundra esta semana su nuevo álbum (que, incidiendo en el homenaje a Led Zeppelin, se titula IV) y el tema inaugural, Strelka, sirvió también como arranque de la presentación madrileña. El sonido sigue siendo duro, poderoso, catártico e impactante, pero puede que la vocación melódica se haya afianzado. Los punteos etéreos del otro guitarrista, el hirsuto David López, no quedan lejos de David Gilmour, y esa finura más allá de la tormenta se agudiza con Qarqom, acaso la pieza más minuciosa y pletórica que la banda haya registrado nunca.

Pero no siempre sucede así. En general, Toundra se comporta como un grupo saludablemente ambicioso que no se atreve a prescindir del arnés y afrontar el vértigo hasta las últimas consecuencias. Por eso las evoluciones armónicas son a veces restringidas y timoratas, bien poco amigas de la sorpresa. Esa sensación se agudiza en las escasas incursiones acústicas, sobre todo en la pastoral y endeble Viesca, todo un desperdicio logístico: los ocho músicos invitados (cuerdas, vientos y percusión) se ven abocados a un viaje de la nada a ninguna parte, un fenómeno que se repite con el violonchelo final de Bizancio. En contraste, Ara Caeli o la resultona Oro rojo nos sitúan ante un grupo verosímil, musculoso, entusiasta. En esa capacidad para derramar adrenalina radica, sin duda, su encanto.

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