Wilfred Agbonavbare, exportero del Rayo, muere víctima de un cáncer
Carmen Martínez, la anciana vallecana desahuciada en noviembre, donó parte del dinero que recaudó el equipo para ella a los hijos del jugador
Por unas horas no pudo cumplir su último deseo, despedirse de sus hijos. Wilfred Agbonavbare, de 48 años, falleció este martes en un hospital de Alcalá de Henares, víctima de un cáncer, un día antes de que un avión procedente de Nigeria aterrizara en Barajas con sus dos hijos y su hija a bordo, a los que no veía desde hace 10 años. El pasado domingo, los jugadores del Atlético y el Rayo saltaron al césped del Calderón con una pancarta que rezaba: “Fuerza Wilfred”. Al mismo tiempo, Carmen Martínez, la anciana de 85 años desahuciada de su casa en Vallecas, y a la que el Rayo ayudó habilitando una fila cero para recaudar dinero, decidió donar 10.000 de los 21.000 euros recibidos para facilitar el viaje de la familia de Wilfred a Madrid. Un problema con el visado retrasó para siempre el reencuentro.
“¡Willy, Willy!”. Las repletas gradas de Vallecas tronaban entonando el nombre del portero del Rayo, héroe aquel 6 de diciembre de 1992 del duelo que enfrentaba a su equipo con el Real Madrid. 2-0 ganó el Rayo con una actuación sublime de su guardameta, que se sobrepuso a los vómitos racistas con que le obsequió la por entonces protegida peña nazi del Madrid. Aquel fue el día de mayor gloria de Wilfred, que en el vestuario recibió las cariñosas felicitaciones de sus compañeros, que no estuvieron exentas de chufla. A los Ruiz Mateos, dueños por entonces del club, se les ocurrió contratar un nuevo patrocinador. Ciripolen fue la marca elegida, un supuesto reconstituyente sexual, de enorme éxito en aquellos años, y a cuyos efectos tonificantes achacaron los compañeros de Wilfred su portentosa actuación.
Uno de aquellos compañeros era Jesús Diego Cota, una institución en el Rayo y en Vallecas. “Aguantaba todas las bromas con una sonrisa. Y mira que le decíamos barbaridades. Nunca le vi cabrearse con nadie. Era muy noble, siempre rodeado de gente joven, de los chicos de las categorías inferiores. Era excepcional, como persona y como portero, pero no tuvo demasiada suerte”.
Seis años estuvo Wilfred en el Rayo y los seis compartió vestuario con Cota. “El problema era que todo el mundo le engañaba. Se fiaba demasiado de las personas. Lo daba todo. Hace un par de meses estuve con él en Alcalá, en un bar, y me quería invitar a las cervezas. ‘Eh, tú, amigo, apúntame esto’, decía al camarero con ese vozarrón suyo. Y yo le intentaba detener: ‘Joder, Willy, no pagues tú’. Porque sabía que no tenía un euro. ‘No, yo pagar’, contestaba con ese lenguaje primitivo tan suyo”.
Un día de 1990, aquel nigeriano enorme, con unas manos inacabables, se presentó en las oficinas del Rayo para pedir una oportunidad. Su currículum le situaba en varios equipos de Nigeria y en el modesto Brentford, de la Segunda inglesa, donde no llegó a jugar. Poca cosa era aquello. Pero algo le vio Felines, técnico por entonces del equipo. Tanto le vio que disputó 177 partidos de Liga (76 en Primera y 101 en Segunda) con el Rayo, con el que logró dos ascensos. Con la selección nigeriana conquistó la Copa de África (el único gran trofeo de su carrera) en 1994, el mismo año en el que acudió al Mundial de Estados Unidos, en el que Nigeria logró llegar a los octavos de final. En ninguno de los dos eventos disputó un solo minuto.
En 1996 abandona el Rayo y recala en el Écija, de Segunda División. Tras una temporada en el equipo andaluz, buscó una nueva oportunidad en su país natal. Pero la falta de ofertas le empujó a la retirada.
De vuelta a España, encontró trabajo en una empresa de mensajería, mientras entrenaba a los porteros del equipo aficionado del Coslada. Aquí le golpeó la muerte, también por cáncer, de su mujer, cuyo tratamiento en EE UU costeó y le arruinó. Cuando la enfermedad se ensañó con él, optó por permanecer en un segundo plano. “Se lo calló”, explica Cota. “Hace dos meses me dijo que ya estaba curado. No era verdad. Y con tiempo podíamos haber arreglado lo de sus hijos. El Rayo lo ha intentado, la abuela Carmen también. Si no se hubiera callado...”.
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