Detenidos dos vecinos del holandés de Petín por su muerte en 2010
La Guardia Civil considera a dos hijos de la familia rival presuntos autores del homicidio de Martin Verfondern
Cuatro años después, la Guardia Civil ha detenido a los que consideró "desde el minuto cero" autores de la muerte de Martin Verfondern, el agricultor holandés que desapareció de su casa en la apartada aldea de Santoalla do Monte (Petín), sin dejar rastro aparente, el 19 de enero de 2010. Ayer, a la hora de comer, agentes de la Policía Judicial que investigan este oscuro asunto se presentaron nuevamente en el pueblo ourensano, después de la reconstrucción de los hechos que llevó a cabo el fiscal a mediados de semana, y arrestaron en su vivienda a los hermanos Julio y Juan Carlos Rodríguez González. Estos hombres, el primero de unos 50 años y el segundo de más de 40 y discapacitado psíquico, son dos de los cuatro hijos varones del matrimonio nativo de Santoalla que mantenía una fuerte rivalidad con Verfondern y su viuda, también holandesa, a causa de los derechos sobre el monte comunal. Ayer, a última hora de la tarde, los detenidos llegaban a la Comandancia de Ourense para ser interrogados sobre el suceso. Una portavoz oficial de la Guardia Civil confirmaba que se les considera presuntos autores de un delito de homicidio y explicaba que el móvil radicaría, precisamente, en esa disputa por los beneficios en la explotación de 500 hectáreas de terreno en los alrededores de Santoalla.
El pasado mes de junio, después de varias búsquedas infructuosas llevadas a cabo desde 2010, dos guardias civiles que hacían labores de vigilancia de incendios forestales vislumbraron desde un helicóptero el coche abandonado de Martin Verfondern, que durante cuatro años parecía haber sido engullido por la tierra como su propio dueño. Después de un par de días, cerca del Chevrolet Blazer hallado en un pinar del municipio de A Veiga, se encontraron huesos humanos. El septiembre llegó a la viuda, Margo Pool, la confirmación del forense Fernando Serrulla: se trataban de los restos, completamente roídos por las alimañas, de su esposo. El titular del juzgado mixto número 2 de O Barco, Roberto Barba, decidió empezar desde el principio sus pesquisas, después de que las llevadas a cabo en 2010 resultasen infructuosas por la inexistencia de pruebas y pese a que siempre había habido sospechosos.
El propio Verfondern, un agricultor ecológico que llevaba instalado con su esposa en Santoalla desde 1996, describía y registraba en vídeo (en su afán por acumular pruebas con las que denunciarlos en los juzgados) sus habituales choques con la familia de Julio y Juan Carlos Rodríguez González. Estos habitaban con sus padres octogenarios una casa situada en la otra punta de la aldea, y hasta que los Verfondern compraron una vivienda en Santoalla, los Rodríguez tenían a su disposición el enclave entero, hoy prácticamente en ruinas, porque las otras familias habían emigrado, en buena parte a América, hacía décadas. La familia siempre negó estar implicada en la muerte del holandés, e incluso la madre de los detenidos afirmaba que "en el fondo", le tenían "cariño". Durante todo este tiempo, ninguno de ellos se derrumbó, a pesar de que se sabían señalados como principales sospechosos. Ayer, pasadas las tres de la tarde, la visita de los guardias civiles no acabó en nada como las anteriores. De momento, el instituto armado no revela cuáles son las pruebas en las que se basa. El Chevrolet Blazer de importación del holandés muerto apareció parcialmente calcinado y después de soportar la intemperie de alta montaña durante mucho tiempo, pero los agentes siempre confiaron en obtener de él alguna pista que recondujera el intrincado caso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.