El amor de Goya por Madrid
El museo del Prado muestra 142 de los cartones para tapices realizados por el pintor cuya huella artística y vital se puede trazar en este recorrido por rincones de toda la ciudad
El Museo del Prado acaba de inaugurar una exposición dedicada a mostrar el arte de Francisco de Goya (Fuendetodos, 1746-Burdeos, 1828), mediante 142 de los dibujos para cartones que el genio aragonés pintara para la Real Fábrica de Tapices y los Sitios Reales madrileños. En ellos se observa la profunda querencia del pintor hacia Madrid, la ciudad en la que pasó gran parte de su vida y que fue testigo de su gozo, su genio y su infortunio, causado este por una afección bipolar que en 1792 le postró en una depresión que estuvo a punto de llevarle a la tumba.
Desde sus domicilios madrileños de las calles de Fuencarral, Valverde y Santiago, hasta las residencias de la nobleza en la periferia de la Alameda de Osuna y el Palacio Real —donde retratara a la familia de Carlos IV y a la de Fernando VII como pintor de Cámara— Goya pateó la ciudad para conversar con las gentes del pueblo. Con ellas se sintió siempre tan entrañado como para inmortalizar viva y cromáticamente costumbres y paisajes.
Gracias a sus pinceles, Madrid se identifica aún hoy con el perfil de su horizonte a Poniente, que tan soberbiamente retrató Goya en sus panorámicas campestres desde la pradera de San Isidro y el alto que domina el Manzanares, donde tuvo su quinta, decorados sus muros con sus Pinturas negras. Madrid aflora por doquier en los magnificentes trazos para cartones ahora exhibidos. Prueba del afecto que Madrid profesó siempre a Francisco de Goya ha sido la presencia de su nombre en distintas zonas de la ciudad: desde una de las principales arterias comerciales del barrio de Salamanca, donde una gran cabeza del pintor aragonés jalona el cruce de esta vía con la calle de Alcalá, hasta los nombres de numerosos institutos, colegios, centros culturales e, incluso, firmas comerciales, como una desaparecida marca de cigarrillos. Por cierto, en el confín suroriental del barrio de Salamanca estuvo hasta el último tercio del siglo XIX la plaza de toros donde Goya, fumador empedernido, presenció la muerte del torero Pepe Hillo bajo las astas de un toro, hecho que le impresionó vivamente y cuyas escenas reflejaría en algunos de los dibujos de su Tauromaquia.
Parajes gratos donde Goya disfrutaría de las mieles del triunfo social serían el parque de El Capricho, en la periferia nororiental madrileña, cerca de Canillejas, vinculado a la casa nobiliaria de los Osuna, en cuyo palacio realizaría Goya alguno de sus mejores retratos o el palacio de los Fernán Núñez, a cuyo primer duque, Carlos, en un retrato considerado entre los mejores de su género de todos los tiempos, inmortalizaría vestido de majo, pese a su condición noble.
De la estatuaria que Madrid ha dedicado a Francisco de Goya destaca sobre todo la efigie en bronce que realizara en su honor el gran escultor levantino Mariano Benlliure, que se alza en bronce frente a la fachada Norte del Museo del Prado, sobre una excelsa peana paralelepipédica en la cual destaca el relieve de la figura de la Maja, a quien retratara vestida y desnuda en dos de sus imperecederas obras.
Víctima de los avatares de una España perpleja e indecisa ante la intensidad de los cambios inducidos desde Europa por Napoleón, con estremecedores efectos internos, Goya murió en el exilio bordelés. Pero su cuerpo, decapitado al parecer por una novatada estudiantil, regresó primero a la sacramental de San Isidro, cerca de su amada duquesa de Alba —su autopsia freveló que le faltaba un pie— y luego a la ermita de San Antonio de la Florida, donde Goya yace bajo los excelsos frescos de su pincel surgidos.
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