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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La profunda carga ideológica de la corrupción

La ideología de la derecha considera lo privado superior a lo público, y además no tiene respeto por este último

Cuando uno escribe un texto como este, debe justificar su pertenencia o al menos contextualizarla pero, ¿cómo justifica uno lo evidente, cómo justifica uno la atmósfera o el propio aire que respira? Porque así nos rodea la corrupción y el asalto a lo público desde los intereses privados. No es necesario acudir a ejemplos sobre lo que encarna el Partido Popular en este aspecto. Sí que es sospechoso el silencio y la inacción de Pedro Sánchez con respecto al agujero negro andaluz: lo que aplica a los usuarios de las tarjetas negras no lo hace en relación a los encausados por la jueza Álaya.

Para qué hablar de lo que ocurre en el otrora oasis catalán: los Pujol, Convergencia y Unió Democratica. Tampoco hace falta hablar sobre sospechosos contratos firmados por administraciones vascas con las empresas y las UTEs de siempre, donaciones anónimas incluidas.

Con esto parece que quiero decir que absolutamente toda la clase política por utilizar una expresión en boga aunque no la comparta, está contaminada por el ambiente de podredumbre con el que desayunamos todos los días. Pues no. No estoy de acuerdo con esa generalización y más adelante explicaré por qué.

Antes es preciso hacer una mención específica a las diferentes especies de corrupción a las que asistimos. Vemos a Francisco Granados y a los implicados en los escándalos gallegos, caso Campeón y Pokémon, en los que los implicados asaltan los caudales públicos para quedarse con ellos y enriquecerse.

La prevalencia de lo público y común sobre los intereses privados es incompatible con la corrupción

Por otro lado, otros asaltan los recursos de los ciudadanos para financiar el partido y campañas electorales. Quizá es aún más grave porque implica una institucionalización de obediencia al crimen. Me explico: no es necesario ni siquiera que el corruptor se dirija al corrompido sino que a este le basta una orden de quién es responsable del entramado para perpetrar el atraco.

Fijémonos en el caso del servicio de limpieza de Toledo: el alcalde simplemente recibe la orden de adjudicar el contrato mientras el contratista se entiende y paga su comisión a Bárcenas y éste hace llegar el precio de la corrupción no sabemos si en todo o en parte a Maria Dolores de Cospedal para financiar su campaña. De aquí pasamos a la utilización continuada de dinero negro para las actuaciones políticas o para entregar sobres a los beneficiarios de mayor importancia, la nomenclatura del partido político.

La última especie es aquella que consiste en la utilización de medios y recursos públicos no para perseguir el interés general, sino intereses privados y por tanto, espurios. Léase, los casos de las televisiones autonómicas Canal Nou y Telemadrid. Otro ejemplo y bien reciente es el del nombramiento como director de informativos de Televisión Española (TVE), José Antonio Guindín, el adjunto de Francisco Marhuenda en el periódico La Razón, que ayer mismo firmaba un artículo de opinión que llevaba por título La izquiedona. Recomiendo su lectura por lo aclaratorio de su contenido.

¿Qué es lo común de las tres especies que he citado? Considero que es la absoluta falta de respeto a lo público, la sumisión de lo público siempre a lo privado, la desviación de poder para someter a los ciudadanos a unos intereses creados de naturaleza económica, política o incluso religiosa. La consecuencia que se deduce de todo esto es que la corrupción tiene una profunda carga ideológica.

La apuesta por la prevalencia de lo público y común sobre los intereses privados, es absolutamente incompatible con la corrupción y cuando se incurre en ellas, posturas de izquierdas se convierten inmediatamente en posiciones de derecha.

Un dato que corrobora lo anterior es que hasta ahora la derecha, el Partido Popular, nunca ha pagado en las urnas las tramas corruptas como las de Valencia y Madrid. Y esto ocurre porque su público, en resumen, la ideología de la derecha, considera lo privado superior a lo público, y además no tiene respeto por este último. Sin embargo, los partidos políticos aunque solo sea nominalmente de izquierdas pagan caro en las elecciones los casos de corrupción.

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